Por David Uriarte /

La admiración es parte del liderazgo y la simpatía es parte de la aceptación, aceptar a los demás no significa estar de acuerdo en todo lo que piensan, dicen o hacen, significa respetar las diferencias y ponderar o a veces sobredimensionar las acciones o conductas positivas, aquellas de beneficio personal o social. Esto es lo que pasa en el binomio elector-candidato.

Los candidatos a cualquier puesto, desde la Presidencia de la República hasta las regidurías o comisarías, buscan a través de la simpatía convertirse en el imán del metal de los electores. Dos cosas explotan los y las candidatas, el lenguaje no verbal a través de la sonrisa, y el discurso siempre propositivo; aunque en el fondo sepan de antemano la diferencia entre la promesa y el cumplimiento, entre la campaña y el poder.

En las campañas políticas, los “baños de pueblo” se convierten en la constante, abrazos, sonrisas, fotos, selfis, bondad, escucha activa, promesas, proyectos, metas, objetivos, y todo aquello que venda popularidad, simpatía… pero sobre todo, compromiso de voto, de eso se trata, que la simpatía se traduzca en votos, aunque después, ya sentados en la silla del poder, las promesas formen parte de una etapa superada, la dificultad para hablar con ellos aunque sea vía mensaje o teléfono se convierta en algo similar a lo imposible.

No cabe duda que la inteligencia es la capacidad para solucionar problemas, si uno de los problemas de las o los candidatos es la simpatía, su trabajo en campaña será cuesta arriba, la capacidad para hacer “clic” con otra u otras personas, depende del acercamiento físico y emocional, aunque los costos pueden ser caros como el caso del Papa Juan Pablo Segundo, o Luis Donaldo Colosio, ambos sufrieron atentados en contra de sus vidas por mezclarse entre la multitud, no siempre el pueblo bueno cuida a los líderes.

Dejando de lado las excepciones, la regla para despertar la simpatía es el contacto físico a través de un abrazo o saludo efusivo y sincero, un contacto visual sincero y generoso, y una sonrisa autentica muy diferente a las sonrisas forzadas o fingidas de quienes buscan el mejor ángulo de su imagen y pierden lo más importante: la confianza y la credibilidad.

El poder económico en México se mide en pesos, aunque sean millones, son millones de pesos, y el poder de la democracia se mide en votos, la simpatía es el imán del metal del voto.