Por David Uriarte /
La sociedad está observando conductas extremas como el suicidio en menores de edad. Muchos piensan que las personas con rumiación o intentos fallidos de suicidio, sólo quieren llamar la atención, otros piensan que las personas que se suicidan son débiles de cerebro.
Pocos saben o entienden que las enfermedades mentales tienen un abanico extenso de manifestaciones, desde el aislamiento social, la agresividad, la impulsividad, irritabilidad, y la autoagresión incluyendo el suicidio.
En el caso de los menores de edad, hay muchas líneas de abordaje para la detección de pensamientos suicidas, si bien es cierto que no hay un pródromo como tal, si hay manifestaciones o expresiones comportamentales que ayudan a la detección temprana de la conducta suicida.
La formación emocional y conductual de los niños es importantísima, es la base de sus expresiones futuras, un niño que no aprendió o no se le enseño orden, disciplina y límites, es un niño amorfo, sólo busca la gratificación inmediata y cuando no sucede, se apaga la luz de la conciencia incipiente y se enciende el impulso auto agresivo de muerte.
La postura reduccionista de la incapacidad para tolerar la frustración, es la clave para los padres que temen en desenlace fatal de sus hijos, si los menores o los adultos no aprenden a gestionar su frustración, el resultado va desde la explosividad hasta el suicidio.
El discurso del que afirma, -si no me das esto o aquello, entonces me mato- es la evidencia de la falta de control de los impulsos secundarios a la frustración por no obtener la gratificación inmediata de sus deseos.
Flaco favor le hacen los padres a sus hijos cuando de pequeños les cumplen todos los caprichos envueltos en deseo irracional.
Son muchos los paradigmas que encierran y disparan la conducta suicida, desde la necesidad de ser queridos a su manera, hasta el sentimiento de culpa por trasgredir el deber ser social, moral o religioso.
El sentimiento de vacío, la ausencia de sentido de vida, la incapacidad para vincularse; la incapacidad para disfrutar las actividades placenteras de la vida, y la incapacidad para gestionar la frustración, son el viento que empuja el destino de muchas personas al abismo irreversible de la muerte auto-inducida.