Por David Uriarte /
Del 1 de enero de 1987, al 31 de diciembre de 1992, Francisco Buenaventura Labastida Ochoa fue gobernador de Sinaloa; en 1993 el presidente Carlos Salinas de Gortari lo designa embajador de México en Portugal, cargo que deja al año siguiente para integrarse al gabinete presidencial como secretario de Energía; después con el presidente Zedillo, terminó como candidato presidencial en el año 2000.
Tal vez por eso ya le hicieron la pregunta al gobernador Quirino, si después de cumplir el encargo en España como embajador, buscaría la Presidencia de México.
A veces las comparaciones no agradan, pero las similitudes empujan a un ejercicio de contraste, es decir, hay políticos que de alguna manera tienen algo en común, aunque sea su rencor o su grandeza, pero algo los identifica, aunque no los una.
La experiencia política y administrativa del gobernador Quirino es abundante a pesar de tener 58 años; 27 años menos que Manuel Bartlett Díaz el actual director general de la Comisión Federal de Electricidad, son por lo menos cuatro sexenios más de vida política útil.
No pasó ni una semana para tener de vuelta las réplicas a la propuesta del presidente López Obrador, el presidente nacional del PRI Alejandro Moreno Cárdenas, dijo que debe ser el PRI quien de alguna manera dé permiso para que sus militantes trabajen o colaboren en el régimen político actual… ya parece que se escucha “ja ja ja”, lo único que faltaba.
Criticas y alabanzas será la constante en el caso Quirino, pero ni las criticas ni las alabanzas modifican el destino de un político con suerte, y es que la suerte nace de las acciones, pero también de las omisiones, de lo que se hace y lo que se deja de hacer.
Las acciones del gobernador Quirino están escritas en la historia con tinta fresca, las omisiones forman parte de las estrategias y los resultados ya son visibles: en la vida todo se mide por resultados.
Lo cierto es que esta jugada estratégica movió todo el tablero del ajedrez político en Sinaloa.