Por David Uriarte

Sin conciencia no hay evolución, no hay crecimiento humano, no hay mejora, no hay desarrollo; no hay bienestar. La conciencia es el único atributo que hace humano a la persona, un delfín por más inteligente que sea no es consciente de su existencia; un primate puede compartir entre el 96 y el 99 por ciento del material genético humano, sin embargo, no tiene conciencia, no tiene capacidad de abstracción que sólo se logra con la conciencia.

En la política, la religión, la ciencia, las adicciones, la enfermedad, la actitud, la práctica, la pareja, la familia, la sociedad, la enseñanza, el aprendizaje, en fin, en todos los procesos de abstracción, de pensamiento, de razonamiento, de lógica, de sentido común… se necesita la conciencia.

Si el sicario no tiene conciencia de las atrocidades de sus actos, duerme tranquilo; si la persona que violenta a su pareja no tiene conciencia de la magnitud del daño, difícilmente busca ayuda o reconoce su enfermedad; si el adicto no tiene conciencia de su autoagresión y daño familiar y social, no se le puede ayudar en tanto no reconoce arbitro en su vida; si alguien piensa que las enfermedades pandémicas como el coronavirus no existen o son artimañas de los gobiernos, no van a modificar su conducta de riesgo en tanto no hay conciencia.

La conciencia es el conocimiento que tiene la persona de sí misma, de su existencia, de sus actos, de sus omisiones, de sus perversiones, de sus pensamientos… la conciencia permite la reflexión, el grado de conciencia es la distancia entre los reptiles, los mamíferos y los humanos. Dentro de la clasificación racional, la conciencia distingue a los inteligentes, los impulsivos, y emocionales.

Tener conciencia es algo más que tener acta de nacimiento o credencial de elector, tener conciencia es darse cuenta del lugar que se tiene en la escala familiar, laboral, o social. La conciencia permite la reflexión, el análisis, pero sobre todo, la acción; una conciencia si entendimiento es como una pluma sin tapón o un Rolls-Royce sin combustible.

La conciencia es el verdadero árbitro de la persona, violar los principios básicos de la vida como la prudencia, la justicia y el respeto, es pagar el precio de la inconsciencia.