Por David Uriarte /
Las prisas propias de una vida llena de necesidades de una sociedad de consumo, hacen que las fechas significativas tengan difusión mediática y a veces hasta frívola, es decir, no se dimensiona la carga histórica que anida -en este caso- el Día Internacional de la Mujer.
La confusión simplista o reduccionista de una fecha altamente significativa para la sociedad, se puede empañar por la comercialización que derriba la conmemoración y da paso al festejo trivial.
Las vivencias evolutivas del género, mantienen a la mujer en la zaga de los beneficios colectivos, sin embargo, en los dos últimos siglos, las mujeres han vivido y enfrentado una lucha obviamente desigual, pero paulatinamente victoriosa.
Hoy, hay conciencia social de las asimetrías de género, poco a poco los espacios y la presencia de la mujer en todos los ámbitos de la vida empiezan a ser ocupados por liderazgos incipientes que se están consolidando como parte de la construcción del edificio de la igualdad, la equidad y el respeto.
El costo de la evolución rumbo a la simetría social del género es indescriptible, la invisibilidad de las potencialidades de la mujer, les regatean su verdadero valor como elementos cuyo peso es exactamente igual que su contraparte de género.
No existe equilibrio sin respeto, y no hay respeto sin conciencia de igualdad, esta lucha antropológica y sociológica mantiene un supuesto privilegio del macho biológico; sin embargo, la realidad radica en los paradigmas ontogenéticos de los mamíferos racionales, no en el cerebro reptiliano donde se anidan los instintos de sobrevivencia y reproductivos del hombre de neandertal.
No se pueden dejar de lado los conceptos de agresividad y violencia cuando se conmemora el día internacional de la mujer, tampoco la palabra feminicidio puede escapar del pensamiento cuando hay conciencia de la desigualdad real, más allá de concepciones ideológicas, políticas, éticas y religiosas.
Las nuevas generaciones deben traer insertado el chip o el circuito integrado de la perspectiva de género, y las generaciones del siglo pasado deben migrar a una cultura de género que privilegie respeto e igualdad. El respeto por sí solo puede dar paso a la igualdad.