Por David Uriarte /
Dejando de lado las definiciones conceptuales, entendiendo como paraíso lo mejor que puede vivir el humano, y como infierno, aquello temido; o lo peor que puede vivir el humano, es hora de reflexionar, de hacer un alto en el camino de la crítica y en la búsqueda de culpables y enderezar las ideas por el camino de las soluciones.
El infierno de la violencia está tocando puertas inimaginables, el miedo puede ser la constante en las emociones sociales, algunos empresarios están temerosos de su éxito económico por ser blancos de la delincuencia, por vivir bajo la amenaza de la extorsión, por estar en la lista de los secuestrables, por recibir amenazas de quemar sus vehículos como está sucediendo en Chilpancingo, Guerrero, por ser objetivo de la delincuencia derivado de su esfuerzo y patrimonio.
Como dice el clásico, -sólo le roban dinero al que tiene dinero-, en este sentido, vivir en la pobreza sería garantía de estar en el paraíso, sin embargo, la realidad social no puede descansar en principios o ideas simplistas, garantizar la paz social es tarea del gobernante, es lo que esperan los gobernados, un clima de seguridad pública es parte del paraíso esperado por cualquier humano.
Un día sí y otro también, la sociedad desayuna con noticias cargadas de tragedias, el espacio de las buenas noticias se reduce a un paraíso imaginado por la suerte de no ser alcanzado por la desgracia, hay esfuerzos gubernamentales encaminados a promover la sana convivencia, a prevenir desde las instituciones las conductas delictivas, sin embargo, el galope delincuencial ajusta el paso dejando un tiradero de sufrimiento, no respeta absolutamente nada, como si fuera maquina programada sin sentimientos.
El paraíso terrenal existe en la imaginación de las personas de buena voluntad, el infierno lo viven de igual manera aquellos que tienen mucho y aquellos que tienen poco o nada, los daños colaterales parecen recargarse al que menos tiene, el miedo a perder el patrimonio es poco en relación al miedo a perder la vida, el miedo sigue siendo la cuña que no deja abrir la puerta a la felicidad y el bienestar social.
Ni el paraíso se construye solo, ni el infierno se prende de manera espontánea, es la mano del humano la que edifica o moldea la realidad, la mano del que construye y la mano del que destruye puede ser la misma, lo que no puede ser lo mismo, es la forma de pensar, ahí está la clave de todo.