Por David Uriarte /                 

Sinaloa recibe al presidente López Obrador, si es que viene, con un clima que promedia los cuarenta grados centígrados, esto realmente es lo de menos, él viaja en avión climatizado, además la probabilidad de lluvia es alta y bajo la sombra en la zona serrana es probable que hasta frío se perciba el clima.

Si viene o no viene el Presidente a inaugurar la carreta Badiraguato-Parral y a supervisar las obras hidráulicas, el clima sofocante prevalecerá, en Sinaloa no hay verano bondadoso, pero el verdadero clima que preocupa es el clima de los hechos violentos.

No hay que confundir la realidad con las intenciones, la realidad se mide, las intenciones corresponden a los procesos psicológicos o mentales de la persona, la realidad es que en Sinaloa los trabajadores formales inscritos en el padrón del IMSS se pueden medir, los comerciantes que pagan impuestos se pueden medir, los restaurantes que representan uno de los principales atractivos turísticos en el estado se pueden contar, los destinos turísticos también se pueden contar, es decir, hay muchas cosas favorables para la economía y el desarrollo de la sociedad sinaloense.

Lo que también se puede medir es el número de muertes dolosas, de feminicidios, de desaparecidos, de robos, de desempleo, de pobreza, la incidencia delictiva también se mide, cuando se contrastan los blancos con los negros, los tonos de grises empiezan a destacar dibujando una realidad sin juicios.

Son muchas las virtudes de los sinaloenses y muchas las condiciones dignas de presumir, no se puede negar lo evidente, los contrastes asimétricos del paraíso y el infierno resaltan más el infierno que el paraíso.

La percepción social se atiborra de datos ansiógenos, de imágenes apocalípticas, de invitaciones a permanecer con la puerta y ventanas cerradas ante el número de hechos violentos, no se trata de construir una imagen diferente a la proyectada por los números y la estadística, se trata de tomar conciencia y contribuir a la mejora de una sociedad que empieza a normalizar la delincuencia como parte de su evolución.

Apostarle al paraíso es contribuir con acciones prudentes, justas, legales, ver a través de la conciencia, valorar y respetar la vida, controlar los impulsos de agresión y muerte, aprender a respetar las diferencias, sobre todo enseñar con el ejemplo.

La tarea de todos es revertir el tránsito del paraíso al infierno.