Por David Uriarte /
Hay conductas delictivas que datan desde hace siglos, una de ellas es la violencia extrema que acaba con la vida del prójimo, desde los tiempos bíblicos donde Caín y Abel protagonizan diferencias que culminan con la muerte de uno de ellos… Pasando por las descripciones horripilantes del circo romano donde se divertían viendo como los leones devoraban a los humanos en una lucha muy desigual. Hasta los acontecimientos actuales donde la conducta sociópata da cuenta de los extremos a los que puede llegar la ola de violencia, a tal grado de irrumpir en la solemnidad de una iglesia dejando en la cajuela de un vehículo los cuerpos desmembrados de dos personas: lo nunca antes visto.
No se trata de justificar las conductas delictivas afirmando que los perpetradores son oriundos de otras latitudes, se trata de entender el alcance y su significado en una sociedad que le apuesta a la paz, la seguridad y la tranquilidad. La huella profunda que dejan estos delitos en las familias -huellas o cicatrices difíciles de sanar-, resentimientos donde el gobierno tiene su cuota, la familia su dolor, y la sociedad la mezcla de dudas, miedo e incertidumbre sobre el futuro inmediato.
Lo nunca antes visto incluye vehículos estacionados fuera de escuelas públicas, con la sospecha fundada de tener en su interior objetos o artefactos explosivos ¿Cuántos días estarán ahí? No se sabe, no hay respuesta exacta, sólo supuestos, especulaciones y miedo de los padres de familia, por eso no mandan a sus hijos a clases en estos planteles escolares.
La inseguridad siempre afecta directa e indirectamente: de manera directa a las familias víctimas de las pérdidas de sus seres queridos; de manera indirecta, a la sociedad que prefiere huir de los lugares donde la violencia se expresa con su cuota de sangre. En el mejor de los casos, las familias permanecen asustadas y prefieren no salir de sus casas, se mantienen como en un toque de queda autoimpuesto.
Los servicios públicos, especialmente los servicios de salud en áreas rurales, quedan sin efecto debido al miedo del personal, a tal grado que hay Centros de Salud prácticamente cerrados por el miedo derivado de la ola de violencia.
Lo nunca antes visto, ni siquiera en la Operación Condor en el año de 1975, las conductas extremas donde el sicariato exhibe su poderío evidenciando labilidad del gobierno y sus instituciones encargadas de la seguridad pública.