Por David Uriarte /
La comunicación humana requiere de códigos cuyos significados sean equivalentes, por ejemplo, el lenguaje fluye cuando el idioma es el mismo, sin embargo, una cosa es platicar, comunicar, dialogar, y otra cosa distinta es utilizar las palabras para construir frases o contenido con la intención de mentir.
Decir la verdad implica la honestidad congruente entre lo que se expresa y la realidad, las imprecisiones pueden ser el principio de las mentiras.
Desconocer la verdad es diferente a mentir, las personas no pueden ser adivinas, pero sí pueden suponer, creer, imaginar, hipotetizar, y también mentir, esto significa que en la mentira subyace la conciencia de la imprecisión, la conciencia de un dicho o afirmación alejada de la verdad y la realidad.
No mentir es tarea imposible, pero el espectro de las mentiras es muy amplio, desde las mentiras “piadosas” cuyo objetivo es no lesionar a los demás en sus emociones, hasta las mentiras patológicas donde se miente de manera sistemática, pasando por las mentiras con maldad cuya intención está bien definida por los mentirosos.
La vida diaria está repleta de mentiras y mentirosos, el quehacer político sin duda es una de las actividades donde más se refugian los mentirosos con sus mentiras, los políticos en general llegan a considerar una virtud el arte de mentir, según ellos de convencer, de hipnotizar a sus simpatizantes con sus discursos llenos de flores sin raíces.
No mentir es una buena intención, expresar la verdad es un riesgo, pocos quieren correr con el riesgo de la verdad y sus consecuencias, prefieren defender sus posturas envueltas de mentiras que exhibir su honestidad raída o defenestrada, los mentirosos llegan a ser unos artistas de la mentira y unos prófugos de la verdad.
Escuchar a un mentiroso y sus mentiras resulta una ofensa para los inteligentes o los conocedores de la verdad, para los ingenuos resulta terciopelo a sus oídos.
Los mentirosos profesionales por defecto son seductores, manipuladores y carecen de vergüenza, es decir un mentiroso no se avergüenza de lo que dice, tampoco si lo descubren, está convencido de dos cosas: de que miente y de que convencerá la ingenuidad de quien lo escucha.
Resulta divertido escuchar y ver el histrionismo de los mentirosos siempre y cuando la mentira no afecte a quien la escucha, los y las mentirosas están vacunadas contra las buenas costumbres y la honestidad.