Por David Uriarte /
Jorge Alfredo Lomelí Meillon dejó de existir a sus 77 años de edad en la ciudad de Culiacán Sinaloa. Su hoja curricular encierra una trayectoria profesional de respeto, admiración y consideración.
Dejemos de lado la historia clásica de esposo, padre, y profesionista ejemplar para enfocarnos en dos cosas: la persona y su modus vivendi.
Jorge Lomelí, como se le conocía en el medio de la pediatría clínica, perteneció a una generación de médicos que abrieron brecha para dar paso a las nuevas generaciones con subespecialidades.
Jorge, era un apasionado de sus convicciones con una característica envidiable, no se peleaba con aquel que pensara diferente, es decir, fue respetuoso de las diferencias ideológicas y de fe.
Tuve algunos encuentros casuales con él, donde el tema siempre giró alrededor de la sexualidad humana, especialmente la sexualidad en niños y adolescentes; siempre mantuvo firmes sus convicciones religiosas pero con gran apertura a la postura científica de tópicos como la masturbación. Un día me dijo, –leí y revisé tu libro, “Los Diez Mandamientos de la Sexualidad Humana”, tengo algunas observaciones que te quiero compartir, por eso, te traje a regalar este libro de la sexualidad desde el punto de vista religioso–. Con agrado lo escuché y revise de bote pronto su regalo, y efectivamente, era un libro que habla de la sexualidad desde la teología, conversamos buen rato y quedamos de volver a vernos para seguir hablando del tema, sin embargo, esa platica quedó pendiente.
La forma de vivir de Jorge Lomelí era congruente, apasionado de la lactancia materna, el parto naturalizado y las vacunas, lo distinguió durante su ejercicio profesional.
Buen conversador, y motivado por la unión familiar, Jorge siempre tenía un comentario u observación a los temas sociales y familiares.
Fue una referencia generacional en su actividad profesional, nunca dejó de estudiar y de aprender, aunque a veces ponía cara adusta. El legado de Jorge Lomelí es como una enciclopedia cuyos fascículos están disponibles para quien lo desee, “el grandulón de los pequeñines” -dicen que media dos metros-, la verdad es que era el pediatra más grande de Culiacán.