Por David Uriarte /
Los datos incipientes de deterioro cognitivo del presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, mantuvieron los ojos del mundo puestos en sus palabras y su conducta, discursos desarticulados, descontextualizados, inconclusos, conductas extraviadas, propias de un cerebro obnubilado, parecida a la neblina mental, como si fueran espasmos vasculares transitorios con un déficit de la oxigenación y la nutrición cerebral.
En todos los países del mundo surgieron preguntas similares en relación a la salud mental del presidente Biden, si después de cinco vacunas contra el COVID, su sistema inmune permanece vulnerable a tal grado de tenerlo actualmente en cuarentena, algo está pasando en la salud física y mental del mandatario estadounidense.
Los asesores, su familia, y el circulo de personas influyentes en la vida del presidente Biden, seguramente le dijeron, advirtieron, sugirieron, le pidieron, o tal vez le exigieron que renunciara a las intenciones de contender por su reelección. No es tarea fácil convencer a un enfermo mental cuyos momentos de lucidez le permiten ejercer el cargo, el poder, y las tomas de decisiones de un país del tamaño político y económico como Estados Unidos.
Sin duda, el debate con Trump exhibió a un presidente agotado física y mentalmente, en ese momento no hubiera superado una prueba neuropsicológica o neuropsiquiátrica, la bradipsiquia (lentitud de pensamientos, respuestas tardías y falta de motivación) era evidente, sin duda datos incipientes de deterioro cognitivo, parte de la senectud y su patología neurodegenerativa, porque no todas las personas mayores de ochenta años sufren datos de demencia senil.
El momento de lucidez del presidente Biden fue suficiente para firmar su dimisión a la contienda presidencial, ni la posible postulación de la vicepresidenta Kamala Harris ni el triunfo de Donald Trump es seguro, los brincos inesperados en la carrera por el poder presidencial son incierto.
De la renuncia del presidente Biden a la contienda con Trump por causas de enfermedad, se deduce que los pocos meses que le quedan de presidente, Estados Unidos será gobernado por un enfermo cuyas facultades mentales están muy mermadas, ojalá no se le ocurra oprimir el botón de las ojivas nucleares, o promover una guerra.
Todos los países estarán al pendiente de las decisiones de un presidente con un cerebro evidentemente mermado.