Cada mañana despertaba con la misma sensación de estar siendo atacado por una bestia salvaje, clavando sus colmillos afilados en mi espalda: “¡un hombre lobo!”, recordando la pena de no haber sido mayor de siete y haber evitado esa masacre en casa que, afortunadamente, sólo había sido una pesadilla.

Oscar Wilde: “El misterio del amor es más grande que el misterio de la muerte”

¿Por qué no habría de amar aquel pueblo de la costa en el que crecí…? Aunque nací en la ciudad, mis padres tenían otros planes para mí, cerca del mar; de un hermoso e inmenso río que años después acabaría con los bienes de tantos conocidos. Aquel lugar rodeado de platanares, árboles de naranja, plantíos de caña de azúcar, vainilla y un calor matinal de treinta grados centígrados que bien atestaba de un olor casi pestilente los puestos locales de venta de pescado. Todo era posible en aquel lugar, como la vez que vi un pequeño punto dorado casi como clavado en la rama de un árbol de limón; al querer tocarlo salió volando hasta desaparecer en los rayos del sol que se entremezclaban entre el resto de las ramas y hojas: “¡Qué decepción!”, lo habría llevado a mi primer día en el campamento de verano. No todo salió tan mal después de todo, cuando llegué había muchas caras conocidas, compañeros de la escuela y algunos otros que recordé de inmediato. Todos distribuidos en el centro de la pequeña palapa junto a la alberca, justo a orillas del río.

La brisa de esa mañana podría decir que era igual de perfecta, siempre humectando los verdes jardines. Y aunque no eran buenos años para hacer amigos, aun insistí en ganarme su aprobación sumergiéndome a la alberca de la que no pude salir por mí mismo. Tal vez fue el gran traje de baño de mi papá que me habían semi ajustado en casa para que yo lo usara. Lo cierto es que nunca fueron cosas que no se pudieran superar, como la vez que teníamos que cubrir con plumas de colores un dibujo impreso en una hoja de papel. Para mi fortuna, todos ellos ya se habían dedicado a seleccionar y guardarme la mayor cantidad de plumas en tonos rosa que había disponibles. Todas para mí, no quedaba más que unirme al grupo de risas, justo como la vez que fui casi “rescatado” de la alberca.

Veinticinco años después, ahora, desperté sobre mi brazo izquierdo, recuerdo que soñé que miraba hacia abajo desde mi balcón y veía en la calle decenas de pianos, llenos de lodo y aún mojados, puestos a propósito a secar a la luz del sol y sin un origen aparente, sólo la sensación de provenir de una inundación, más el agua de ella se había evaporado ya a esas horas del día. Recordé también el ave de plumas rosas y también sentí la nostalgia de esos días sin preocupaciones mientras me arrullaban las lluvias de verano, golpeando las láminas de cartón y madera, sobre mis abuelos y yo. Todo era más esperanzador, pienso que ahí conocí el verdadero amor.

Siempre me ha gustado hablar del amor. Una amiga una vez me dijo: “Siempre atraes cosas bonitas”, supongo que en mis inseguridades me alentó a entender entonces, desde mis manos abultadas y mis pies disparejos, hasta mis casi descontrolados y drásticos cambios de ánimo.

Una vez conocí a alguien que me convenció de estar haciendo todo mal en la vida. Me dejó un párpado morado y un sinfín de malestares emocionales. Cuando te enamoras, todo es diferente… Hay quienes disfrutan de crear tormento en la vida de otros, de enfermar su cuerpo, su mente y su espíritu.

Hoy existe una fórmula científica que describe la bioquímica del enamoramiento, y si bien dice Oscar Wilde: “El misterio del amor es más grande que el misterio de la muerte”, creo que siempre es importante buscar la verdad; a toda costa. Resolver un gran problema nunca es fácil y a veces implica sentir mucho dolor y no hay mejor sentimiento que dejar de vivir en la incertidumbre y encontrar la calma; sentir… como cuando vi el mar por primera vez, en aquel pueblo de la costa.

¿Mi última relación? Una de esas malas noches soñé que corríamos descalzos sobre tierra color ocre, aún húmeda por la lluvia, cuando de pronto tropezábamos y nos separábamos para no volvernos a ver. Dos semanas después se despidió de mí dejándome a más de cuatro mil kilómetros de distancia de casa. Y terminamos como extraños.

Recientemente pienso en cuán desafortunados son los olvidadizos que nunca podrán recordar la fortuna de lo malo que vivieron. El dolor no es tan malo después de todo, el dolor es un sentimiento muy fértil que a veces inspira las cosas más maravillosas, y pienso que la mayoría tenemos la opción de tomar nuestras propias decisiones y hacer que nuestro paso valga la pena, principalmente para otros.

Debo confesar que hay veces en las que me siento más perdido que encontrado; la vida es dura, pero hacértela feliz, tú mismo, trabajando en lo que te hace feliz, buscándolo, no está alejado de la realidad. Anoche me dijeron “Te amo”, llegó el momento en que mi amor propio y lo que luché por alcanzarlo valió la pena; también le di de ese amor y ahora vuelve a mí con creces. Estoy feliz, porque por más difícil que parezca, creo que siempre se puede volver empezar, aún en medio de la guerra.