Por David Uriarte /

Las agresiones en las campañas políticas son producto del desespero; no se trata de una estrategia ganadora, se trata de un pronóstico perdedor, es decir, la seguridad del triunfo no necesita de actitudes agresivas o pasivo-agresivas. En cambio, la seguridad de la derrota empuja actitudes de todo tipo, suscriben la idea que en el amor y la guerra todo se vale.

El desespero por no contar con el apoyo evidente del electorado, hace que construyan escenarios de papel, piensan o creen que el que grita más vende más, o quien insulta más le creen más, o el que se mete con la familia de los adversarios es más valiente… al final del día, lo que dejan en el camino los candidatos, es la esencia de lo que son: “cuando Juan habla de Pedro, habla más de Juan que de Pedro”.

Imaginemos el escenario político en Sinaloa una semana después de las elecciones, de las ocho personas que buscaron gobernar Sinaloa, sólo una es la ganadora; no se sabe si será un hombre o una mujer, lo que sí se sabe es que el número mayor de votos le arrimó la silla y ahora sólo sigue sentarse en ella.

Por más civilizada y prudente que sea la persona, no deja de recordar las injurias, agravios, ofensas, vejaciones, daños, perjuicios o señalamientos injustos que le hicieron durante la campaña. Aquí empieza el verdadero ejercicio del poder, los escondites poselectorales no son tan seguros como quisieran, a donde se pueden ir los que mancharon el nombre de la persona que a partir del triunfo su investidura o estatus político cambia de candidato competidor a candidato ganador.

Se puede repetir en escala lo que les pasó a los integrantes del régimen de Peña Nieto, nunca se imaginaron que serían relevados por López Obrador y su gente, y hoy el pasado los alcanzó dándoles un latigazo y eventualmente empujándolos rumbo a la pérdida de su libertad.

Puede ser que en Sinaloa las cosas no sean tan drásticas, pero, de cualquier forma, la memoria agraviada mantiene el recuerdo de aquellos que mancharon el nombre y la honra de la persona y su familia. A los o las candidatas no les alcanza para tanta maldad, pero a sus asesores sí. Se ven obras y esfinges de maldad; más lo que falta.