Por David Uriarte /
En la guerra y las batallas, los primeros en morir son los de la primera línea, son los del frente, son los verdaderos soldados que dan la vida por la causa “justa”. Lo mismo pasa en las enfermedades graves, los que se enfrentan al enfermo con su enfermedad son los médicos de primer contacto en la clínica o en el servicio de urgencias.
Cuando se trata de traumatizados, los servicios de urgencias se encargan de recibir, estabilizar, y recuperar si es posible la salud y preservar la vida del enfermo; lo mismo sucede cuando se trata de enfermos críticos víctimas de enfermedades virales altamente letales y transmisibles de persona a persona.
Estar en contacto con enfermos en la consulta electiva o de urgencia, siempre es un riesgo, los médicos no son de hierro o de piedra, son humanos igual que sus pacientes, también se enferman como cualquier otra persona, corren un riesgo mayor en tanto nunca saben la virulencia de la enfermedad hasta que establecen el diagnóstico.
El Presidente, el Gobernador, el Secretario de Salud, los directores de clínicas y hospitales no mueren contagiados por los virus, ellos están en los centros de mando, ellos dirigen la batalla; las bajas por heridos y muertos recaen en el personal operativo. Los médicos en particular y el personal de salud en general.
Infectarse y morir por no cuidarse o no usar el equipo de protección personal es una cosa, pero infectarse y morir por negligencia en el suministro del equipo de protección por parte de las autoridades de salud, esa es otra cosa y se llama otra de manera.
Los aplausos y reconocimientos al personal de salud después de su muerte por haberse contagiado y adquirido el COVID-19, no revierte la negligencia institucional cuando la hay, ni garantiza que los demás médicos estén a salvo.
Las estadísticas revelan una monstruosidad en Sinaloa, más del 20% de los muertos, es personal de salud, una cifra similar a los embarazos adolescentes, y casi el doble de la prevalencia de diabetes en México. Qué bueno que los generales no mueran en la batalla, pero mejor sería que les doten a sus soldados de buenos escudos protectores y las mejores armas de asalto, pues las ganas y las resorteras sólo presagian el fracaso.