Hasta hace unas dos décadas, se creía que el “sexo” eran los componentes biológicos y psicológicos del ser varón o mujer. Al final de la década de los noventas en el siglo XX, se conoce que el sexo solo implica componentes biológicos producto de la fusión cromosómica de la madre y el padre. Los componentes psicológicos, sociales y culturales dan origen al género.

 

En las legislaturas estatales y federal, léase cámara de diputados, se ha creado una comisión que se llama de equidad y género. La política, el estado y los intelectuales, le han dado un lugar y una importancia al género nunca antes vista. El comportamiento de los varones y el comportamiento de las mujeres, es socialmente marcado como diferente en función de la época y el lugar donde se vive. Si usted recuerda el comportamiento de sus abuelos en función de su género, se dará cuenta que entre más buscamos en el tiempo, más radicales y más diametralmente opuestos eran los “roles” asignados a ellos y a ellas.

 

El género es una característica socialmente construida, por lo tanto no es natural, es decir,
no nacemos con él.

 

 

La clase social también influye en la construcción del género, mientras en la clase obrera la concepción del género es más rígida, en las clases sociales media o alta, se permite mayor libertad a las mujeres para acoplarse a sus papeles de género. Un ejemplo de esto es el concepto de maternidad. Para las mujeres de comunidades indígenas, rurales o de la clase obrera, el sentimiento de maternidad se sublima con la reproducción y el apego a los hijos; sin embargo, en las clases media o alta, maternidad significa, además de pocos hijos, una o más personas que los atienda mientras ellas cumplen con los deberes que su cultura les asigna en función de su estatus.