Por David Uriarte / 

Una de las devaluaciones más profundas que tuvo el PRI fue cuando su dirigente nacional era Roberto Madrazo Pintado, después aparece otra debacle en la dirigencia de Manlio Fabio Beltrones Rivera, su “decencia” después de los resultados catastróficos en las elecciones para gobernadores lo hizo renunciar. Las transiciones grises terminaron en dirigencias negras, con la actual dirigencia nacional a cargo de Rafael Alejandro Moreno Cárdenas, más conocido como “Alito”.

Mientras las dirigencias nacionales del pasado se caracterizaban por un PRI superpoderoso por lo menos en el siglo pasado, un partido con prerrogativas emanadas del poder ejecutivo, abundancia económica con infraestructura espectacular, aviones para la Presidencia y la Secretaría General, salas de juntas y privados, áreas de descanso similares a las de un hotel de cinco estrellas, en fin, el músculo del poder.

El derrumbe paulatino del PRI y el fracaso evidente de su objetivo que es el poder político, no está a discusión, las cosas se miden por resultados y los resultados de su desempeño en los últimos veinte años exhiben a un PRI asténico, adinámico, cadavérico, que se resiste a morir o bien que ya se murió y no se ha dado cuenta.

Lo nefasto es lo que causa desgracia, y la peor desgracia de un partido político es la ausencia de simpatía en las urnas, esa es la verdadera gracia o desgracia de cualquier partido político. Parte del desprecio a la inteligencia del remanente de miembros y simpatizantes del PRI, es el discurso de su dirigente nacional cuando sale a expresar una serie de disonancias cognitivas, un discurso elaborado para los simpatizantes de hace cincuenta años, una ofensa a la dignidad de los que se aferran a morir en la transición política y democrática del siglo XXI en México.

El premio a la negligencia y el peor desempeño político a veces es un espacio en la cámara de diputados o senadores, en este caso todo indica que la dirigencia nacional del PRI tendrá su espacio en la cámara baja, en víspera de su extinción como fuerza política significativa. El sufrimiento de los verdaderos priistas es evidente, los ciclos agonizantes de la extinción siempre llegan.