Por David Uriarte /

Cada quien se lamenta a su manera, cada quien defiende su verdad, y cada quien llora por su herida, en todas las áreas de la vida, especialmente en la política, la defensa de sus creencias, se convierte en la defensa de su dogma.

Miles de mexicanos lloran por la herida de su enfermedad, contrastan entre el discurso del presidente y su vacilada sobre la calidad de los servicios médicos, y el sufrimiento personal por la pérdida de la salud y su dificultad para recuperarla, son sentimientos diferentes, uno de triunfalismo con un toque de burla, y otro de sufrimiento, frustración, o incertidumbre.

Los grupos parlamentarios de ambas cámaras, lloran por la herida de la rispidez con la que son tratados por la oposición y parte de la población que se solidariza con el poder judicial, al mismo tiempo, la mayoría de los trabajadores del poder judicial lloran por la herida del riesgo inminente del cambio de su estatus laboral, los jueces, magistrados y ministros, hacen lo propio al saberse sentenciados por el legislativo.

Mientras la secretaria de Seguridad y Protección Ciudadana, Rosa Icela Rodríguez, debe estar llorando por la herida de sus resultados, pero consolándose con su nuevo encargo dentro de un mes, muchas familias enlutadas por las muertes violentas en México, lloran por la herida de la desgracia o las pérdidas irreparables.

Mientras los fiscales y jueces del caso UAS, lloran por la herida al no cumplir con los jefes, la universidad también llora por la herida del atentado a su autonomía, en cada caso, la polarización está presente al tener objetivos diferentes, por eso, todos lloran por la herida de su derrota, aunque aparentemente cada quien avizore su triunfo a corto plazo.

La oposición llora por la herida de su segunda derrota presidencial, aunque le consuela los residuos de poder que conserva como muestra de una democracia lastimada. La clase trabajadora llora por la herida de la inflación y la pérdida del poder adquisitivo, aunque se consuela de inmediato al comparar su ingreso a seis años de distancia.

Algunos jubilados lloran por la herida de la devaluación de su pensión, aunque su consuelo es otro grupo de senectos que no tienen ese privilegio. Como reza el dicho, no hay felicidad completa, mientras muchos tienen resuelta la vida en lo económico, sufren por el presagio seguro de su muerte, mientras otros gozan de cabal salud, si vida amorosa es un caos.

Cada quien su herida.