Por David Uriarte /

Hay cosas que llegan para quedarse, otras son eventualidades difíciles de digerir, la promesa de la COVID-19 incluye las dos condiciones; llegó para quedarse y es difícil aceptar los pronósticos que tienden a la letalidad.

Con más de veinte meses de experiencia, el mundo se enfrenta a la incertidumbre de avances y retrocesos clínicos que envuelven a las personas en un miedo mezclado con resentimiento social, miedo a infectarse o reinfectarse; miedo a no encontrar medicamentos, miedo a no encontrar espacio hospitalario, miedo a ser intubado y no despertar.

Resentimiento a los organismos gubernamentales que son buenos para justificar y malos para resolver; resentimiento a la clase pudiente que resuelve de manera rápida y fácil los tramites de todo tipo, para encontrar lo necesario y suficiente para sortear la eventualidad de la infección; resentimiento a un régimen político esperanzador, pero finalmente igual que los regímenes pasados donde todo se justifica y poco se resuelve.

Lo bueno es que en gran medida la viremia se resuelve o reduce sola a través de un sistema inmunológico sano y fuerte, incluso en un segmento de la población flota la idea que es precisamente en los sistemas de salud donde se complican y fallecen los pacientes infectados por el virus.

Primera vacuna, segunda vacuna, tercera vacuna, y con el tiempo, vigésima séptima vacuna o más, es decir, el mejor negocio de las farmacéuticas es la mutación del virus y la propuesta inmediata de la Organización Mundial de la Salud para encontrar la nueva vacuna.

Miles de millones de dólares están pasando por la industria farmacéutica en su división vacunas, todo por dos cosas: el miedo a la muerte, y la selección natural de la especie humana que ha degenerado su sistema inmunitario con el paso del tiempo.

El tornado del miedo ha tumbado a su paso esperanzas, ilusiones, negocios, economías. Ha deteriorado sistemas educativos, enlutecido millones de hogares, enriquecido a unos cuantos… pero, sobre todo ha roto paradigmas sociales, familiares y personales en relación a la vulnerabilidad de la vida y la cercanía de la muerte.

Parte de las profecías de 2022.