Los seres humanos tenemos la condición de poder llegar a ser monstruos o fantasmas. Estas variantes espectrales pueden conocerse o desconocerse por completo.

Los monstruos

Casi se puede decir que son predecibles. Son grandes, peludos, babosos, con uno, dos o muchos ojos. De dientes afilados, aserrados y garras largas y picudas.

Podemos acurrucarnos en un rincón, meternos en el closet o en un cajón. Tal vez debajo de la cama, y no seremos vistos si permanecemos en completo silencio. Y si el monstruo nos encontrase, basta con aferrarnos al rincón más lejano del ropero para que sus garras curveadas apenas rocen el viento.

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Sabemos cómo son. Sabemos lo que hacen. Podemos escucharlos gruñir, acercarse y tenemos tiempo para prepararnos, incluso para evitarlos.

Los fantasmas

Los fantasmas, con origen etimológico griego, cuyo significado es “aparición”. Hacen justamente eso, aparecerse, sin previo aviso, cuando menos se les espera, no importa si estamos durmiendo, en la ducha, en el trabajo, en la cocina, en la casa de alguien más, dentro del closet, bajo las sábanas, debajo de la cama, en un cajón. Esos sí que son de temer. Podríamos ni siquiera verlos y ellos nos tendrían del cuello robándonos el último aliento. ¿Cómo son?, quién sabe cómo son. Sólo podemos saber lo indefensos que somos ante ellos, pues podemos nunca estar preparados para su llegada.

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Hace poco más de un mes pasó lo impensable: decidí terminar con mi novio de un año. ¿Quién recuerda mis textos sobre mi lucha constante por la confianza entre él y yo? Yo me acuerdo. Me recuerdo diciendo: “voy a confiar en él”, “creo en este amor”. Este amor siempre se vio empañado por la incertidumbre que trae un fantasma. ¿Quién era él en realidad? una constante de inseguridad e inestabilidad que me carcomía y destruía los huesos.

Los fantasmas son aterradores, perpetúan nuestras almas, pero los buscamos casi sin cansancio con tal de hacerlos visibles. Eso sí es humano, no es enfermedad. Siempre se hablará de nuestra raza buscando lo desconocido. Y el tiempo dedicado a la búsqueda de la verdad, nunca es perdido. ¿Duele? Como nunca imaginé, si bien decía Anatole France: “Todos los cambios, aún los más ansiados, llevan consigo cierta melancolía; porque aquello que dejamos es una parte de nosotros mismos: debemos morir una vida para entrar en otra.”

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No somos irremplazables, los dos nos sentimos tan solos que, yo acepto el amor que creo merecer, y él se refugia en instantes de placer y se rodea de gente que no “suma” a su vida, más bien sirven de alimento a su ego desbordado. “Ya te habías tardado en salir de esa relación”, “ya sabía que él era así”, ¿quiénes son? ¿Dios?, “estás muy guapo, tú mereces más”.

Claro que le dije cosas horribles, claro que me dijo cosas horribles, claro que nos lastimamos, claro que le sigo buscando, claro que le extraño, claro que aún lo quiero por más que me digan que no teníamos un vínculo importante, puesto que desde la primera noche que terminamos, él ya estaba con otra persona, o intercambiaba fotos con completos desconocidos, o hablaba conmigo y quedaba con otro para tener placer inmediato. La catástrofe es que todo siguiera igual. No tengo arrepentimiento de buscarle pese a mi corazón roto, pese que a mi búsqueda de ese fantasma es como por fin he aprendido a escucharme encontrando tantas cosas dolorosas. No me arrepiento. Bien dijo Oscar Wilde: “Sólo yo puedo juzgarme. Yo sé mi pasado, yo sé el motivo de mis opciones, yo sé lo que tengo dentro. Yo sé cuánto he sufrido, yo sé lo que es ser fuerte y frágil, yo y nadie más.” Pero también los recuerdos de su soltería le tendrían deslumbrado, cual caja con una selecta colección de relojes.

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Pero esto también pasará, pues donde hay una voluntad hay una manera.

No hay arrepentimiento con cada vez que le dije: “vuelve, ven a casa a abrazarme”, aún con su silencio decidí apegarme al amor y no cargarme de indiferencia, esa pereza que únicamente me llenaría de desamor, puesto que nadie es haragán con lo que ama y se vale aniquilar eso para lo que estamos destinados a ser.

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