Por David Uriarte /
Los líderes poderosos, los mandatarios de los países más ricos, los políticos más influyentes, las personas más acaudaladas, los representantes de Dios en la tierra, todos, absolutamente todos los humanos –al margen de su condición de poder económico, político, social o religioso– tendrán siempre una zona vulnerable, una forma o manera de exponer su intimidad que será rechazada, formará parte de conductas tipificadas como delitos, o por lo menos manchará su imagen, su decencia y su moral.
Albert Einstein, Bill Clinton, Sebastián Bach, Adolf Hitler, John F. Kennedy, Naasón Joaquín García (líder de la iglesia La Luz del Mundo), el padre Marcial Maciel (fundador de los Legionarios de Cristo), y muchos más, han manchado su prestigio y reputación por la “debilidad” erótica.
En algo o en mucho tenía razón el padre del psicoanálisis Sigmund Freud al afirmar que todo estaba relacionado con la energía sexual y esta energía encontraba caminos distintos al placer maduro y auténtico, por eso decía Freud, aparecen las desviaciones, las sublimaciones, y las neurosis.
Las expresiones comportamentales de la sexualidad, desde la forma tradicional relacionada con la reproducción, hasta lo inimaginable asociado al placer erótico, esto incluye practicas reprobables por la moral y la religión, o conductas tipificadas como delitos, han existido desde que hay registro de la humanidad.
Las prácticas sexuales acosadoras o coercitivas, tienen una frontera tan delgada entre el ejercicio del poder y la vulnerabilidad de la víctima, que empaña la conciencia de quien ejerce el poder promoviendo una seducción enfermiza que los exhibe como necesitados, vacíos, e incontrolables.
Millones de ojos tienen la vista puesta en el gobernante, los gobernados siempre buscarán enaltecer las virtudes o evidenciar las debilidades del líder, del que manda, del que los gobierna, cuando la debilidad camina por el callejón de la intimidad o el placer erótico, la vigilancia social se vuelve extrema y aparecen los señalamientos públicos de la vida privada.
Una forma de manchar la imagen o la reputación de un político, es evidenciarlo como un depredador sexual, un violador, un abusador, o acosador, no se trata de la vida privada, se trata de la vida pública en tanto las victimas tienen un nivel de poder inferior.
La fuente de placer puede convertirse en fuente de amargura, más para los políticos.