Por David Uriarte /
Son evidentes los estragos pandémicos, muertos, secuelas físicas y emocionales, deserción escolar, negocios cerrados, desempleados, familias separadas, orfandad aumentada, más deprimidos y ansiosos, miedo e incertidumbre ante los años venideros, en resumen, desgracias colectivas.
La otra cara de la moneda refleja todo lo contrario: una industria farmacéutica fortalecida, una producción insuficiente de vacunas que avizora dinero seguro para los grandes empresarios del giro inmunológico.
Panteones, crematorios y velatorios, otro giro fortalecido en la pandemia, hoy más que nunca, la muerte para ellos es el mejor negocio.
Lo mismo para los hospitales privados que han encontrado en la pandemia su mejor momento económico.
Que decir de la industria farmacéutica, los proveedores de aparatos e insumos propios para enfermedades respiratorias, los escasos “pulmones” artificiales cuyo costo es prácticamente inaccesible para la mayoría de la población que enferma y requiere de algo más que ventilación mecánica asistida.
En fin, la pandemia tiene muy contentos a unos y muy tristes a otros.
Mientras se obtiene la evidencia de la verdadera fuente del virus -evidencias documentadas de que es un virus manipulado o evidencia documentada que se trata de un virus salvaje-, la población se hunde en creencias y teoría que bien podrían ser el mejor guión para Steven Spielberg, director, guionista y productor de cine estadounidense.
La realidad se describe por si sola con el número de infectados, enfermos, complicados y muertos víctimas del virus en el mundo, pero la verdadera prueba de la pandemia se basa en la capacidad de adaptación humana.
Esta purga pandémica pone a prueba la biología y la psicología, la parte orgánica de una serie de individuos que en el tiempo son producto de una degradación de su sistema de defensas (sistema inmunitario).
Junto a esto, la parte psicológica de los individuos que han aprendido a doblarse como parte de la famosa ‘indefensión aprendida’; aquellos que dicen que esto es una maldición contra la que no se puede hacer nada, ésta es la verdadera prueba de la pandemia; una prueba de adaptación.