Miciudad.mx / “¡Sí, señor!”, es la respuesta automática de la tropa y los oficiales ante sus jefes.
La disciplina militar incluye al que manda y a los que obedecen como parte inherente de un sistema de control cerrado, es decir, las órdenes no se discuten, se cumplen. La clase civil no es ajena a la militar, cuando de orden y disciplina se trata.
Hay una veneración al poder encarnado en el jefe: desde los secretarios de estado al presidente, hasta el auxiliar universal de oficina al jefe de departamento. El poder es el poder y conservar el empleo es prioridad en la clase trabajadora o necesitada, más cuando se habla de pobreza extrema y desaparición de la clase media para convertirse en los nuevos pobres.
Prácticamente es imposible escuchar a un secretario de estado que no incluya las bondades de su presidente en su discurso, o a un director que no aplauda al secretario del ramo, o a un presidente municipal que no pondere los atributos y la sensibilidad de su gobernador, y así sucesivamente en el orden descendente de la cadena de mando y de poder político o económico.
La veneración del poder no es novedad ni propia de partido político alguno, es propia de la condición humana y cincela la necesidad ególatra del que escucha y la obligación inconsciente o consciente del que habla maravillas de su jefe.
Todos los escenarios son propicios para la alabanza y la exposición de virtudes de estas personalidades. Todos tienen escondido y otros no tanto, su necesidad de reconocimiento que emana de un narcisismo crónico.
No es posible imaginar una ayuda o gestión en el cumplimiento del deber político sin que alguien exhale primero un discurso de agradecimiento al quien solo cumple con su obligación.
Venerar al poder o rendir culto a quien lo encarna es la llave que abre el grifo de la promesa abundante. Así como las estrellas se ven mejor en la oscuridad, la veneración del poder se ve más en la desgracia social, ya no se sabe si son más las toneladas de ayuda o las toneladas de aplausos, discursos o agradecimientos a quienes solo cumplen con su obligación.
La desgracia exprime lágrimas. La veneración del poder infla egos.
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