Por David Uriarte /
La antipatía de Vicente Fernández a las personas de orientación homosexual fue evidente, como evidente fueron sus éxitos en el mundo del espectáculo.
Páginas y páginas se han escrito sobre el “Charro de Huentitán”, y paginas y paginas se seguirán escribiendo, primero porque estaba vivo y hoy porque está muerto.
Hace 81 años, en México prevalecía una cultura de la discriminación a cualquier expresión sexual cuyo objetivo no fuera la reproducción, incluso en esas fechas el derecho al voto a la mujer estaba prohibido.
La fortaleza, el tesón, y la virtud de una voz cuyo timbre fue único, hizo de Vicente Fernández el representante de la música con mariachi, visibilizó a los mexicanos en el extranjero como una raza de sombrero, sarape, pistola y nopal… con una proclividad de los hombres al tequila o mezcal, y el gusto por las mujeres.
La opinión pública conoció las expresiones de “Chente” cuando hace una década necesitaba un trasplante de hígado y su respuesta fue un rotundo “no” por desconocer el origen del donador que, según sus palabras, podría ser de un “adicto o de un homosexual“, aunque, dicho en otras palabras, este es el resumen.
Nadie le puede escatimar los méritos al artista mexicano, al que dejó muy en alto el nombre de México, sin embargo, la cultura tiene un tiempo y un lugar… en ese tiempo, cuando la ignorancia guiaba los pasos de la vida de relación, específicamente la vida erótica de las personas, las expresiones comportamentales de la sexualidad tenían un espacio reducido en el entendimiento, la tolerancia y el respeto a las diferencias, más cuando la influencia judeo-cristiana era prácticamente una norma tan firme como la jurídica.
La creencia religiosa católica prevaleció desde “la Conquista”, sólo basta recordar que la posición del ‘misionero’ implica sometimiento del hombre a la mujer, ella debe estar abajo y el hombre arriba en los menesteres coitales.
La secrecía de la orientación homosexual en el México pos-revolucionario, era el sello de la cultura, crecer en esa época era aprender sin cuestionar, “Chente” creció donde la pistola, las ‘trompadas’, los caballos, el alcohol y la seducción a las mujeres, eran las piedras de la corona del machismo.