Por David Uriarte /
No es posible que la suerte de los mexicanos sea el destino a la pobreza, la miseria, el sufrimiento, y la enfermedad… los mexicanos pueden construir otro destino, sólo tienen que dejar de buscar culpables para enfocarse en las soluciones.
El camino fácil para evadir la responsabilidad se llama “culpar a los demás”, culpar al gobierno, al presidente, al gobernador, al presidente municipal, a la policía, a los diputados, culpar a todos; menos asumir la responsabilidad que como ciudadano nos toca.
El reino animal nos pone la muestra, las aves alimentan y cuidan sus polluelos hasta cierta edad, después los obligan a madurar y ser autosuficientes, lo mismo pasa con los perros, gatos, leones, o gorilas. Sin embargo, la especie humana es la única cuya crianza es compleja, construye dependencias e indefensiones aprendidas.
Las historias de éxito de los grandes emprendedores mexicanos, de aquellos autosuficientes, es la revelación evidente de las ganas de superación llevadas a la práctica, es la diferencia entre tener ganas y comprometerse. La suerte de los mexicanos puede cambiar siempre y cuando cada uno deje la dependencia y se convierta en el artífice de su destino buscando soluciones y dejando de buscar culpas y culpables.
Lo primero que hay que hacer es tener conciencia de la forma de pensar. ¿Cómo piensa el pobre? Como pobre. ¿Cómo piensa el rico? Como rico. ¿Cómo piensa el delincuente? Como delincuente. ¿Cómo piensa el flojo? Como flojo… así de fácil.
La condición de pobreza de los mexicanos puede cambiar siempre y cuando dejen de buscar culpables y asuman su responsabilidad como parte de su propio destino. La diferencia entre los países con mayor indicie de bienestar se basa en la forma de pensar de sus habitantes y sus gobernantes, la esclavitud no depende de las rejas, depende de los pensamientos.
Cuando la especialidad de la persona es la búsqueda de culpables, el bienestar se esconde como por arte de magia, esa magia del pensamiento que sólo ve lo fácil o lo que quiere ver, que obedece a la ley del menor esfuerzo. El pensamiento sin acción, es como un avión sin combustible.