Por David Uriarte /
El tiempo cicatriza heridas sociales y familiares, induce amnesia, tranquiliza las emociones, e induce resignación.
Corría la década de los años setentas, vehículos motorizados de la Volkswagen tipo Safari, repletos de policías conocidos como ‘halcones’, rondaban el edificio central de la Universidad Autónoma de Sinaloa, por la calle Ángel Flores, en contra esquina, el café universitario, lugar de recreo y encuentro de cientos de estudiantes, unos consumiendo alimentos y otros promoviendo su capacidad de relacionarse con sus pares en busca de aceptación.
Pocos se acuerdan de estos días, aunque hay evidencia periodística de ello, y evidencia de esas cicatrices físicas en el cuerpo de algunos estudiantes que hoy son trabajadores en activo o jubilados de la UAS, también la estructura física de la institución exhibe su cicatriz con un cenotafio donde se inscriben los nombres de María Isabel y Juan de Dios Quiñónez.
Para la comunidad universitaria es historia, la cicatriz del tiempo entierra emociones y sentimientos, incluso, muchos sinaloenses desconocen esta parte de la vida convulsa de la comunidad universitaria y el gobierno del estado, esta misma suerte puede correr el actual conflicto, la rueda del tiempo se encarga de obscurecer el día para dar paso a la oscuridad de la amnesia social, enterrando y apagando la chispa del conflicto.
Hoy se saturan los servidores de las plataformas de la UAS cuando de inscripciones se trata, especialmente en las facultades de Medicina, Odontología, y Psicología, la cicatriz del tiempo entierra las fechas y las penurias de hace cuarenta y ocho años, cuando se logró dar paso al Instituto de Ciencias de la Salud, hoy Facultad de Medicina, en aquel tiempo debutaron los grupos de rechazados, es decir, nunca ha sido cosa fácil ingresar a estudiar medicina en la universidad pública.
Las nuevas generaciones desconocen algunos sucesos de carácter social, conflictos que costaron sangre, libertad, desaparición, heridos, destierros y más, todos por la cicatriz del tiempo, es el destino de las desgracias y el sufrimiento social, miles o tal vez millones de muertos en las guerras ¿Quién se acuerda de ellos? Excepto para beneficio político o partidista, hechos como los del dos de octubre del sesenta y ocho, están enterrados por la cicatriz del tiempo, los familiares o los protagonistas ya han muerto y otros descansan en la antesala.