Por David Uriarte /

A veces lo más difícil en el humano es tocar la tierra de la humildad, despojarse de falsos egoísmos, dejar de creer que se es infalible, dejar de pensar que sólo otros se equivocan y ellos no.

Hay que recordar que no se equivoca en el juego el que no juega, no se equivoca en el gobierno el que no gobierna, no se equivoca en la apuesta el que no apuesta… pero, cuando hay responsabilidad que asumir, la equivocación es un riesgo inherente al cargo, es como el frío al hielo.

Los conflictos donde se ventilan hechos, acciones o conductas personales, ajenas al encargo, tienen un remitente y un destinatario, ambos, enfrentados en verdaderas diferencias donde lo sustantivo se llama poder.

La humildad se define como no hacer ostentación a las virtudes, mientras la soberbia es un sentimiento de superioridad de uno mismo con respecto a los demás. Esto es lo que pasa en la sociedad en general y en la política en particular, mucha soberbia y poca humildad.

Si quieres conocer la verdadera esencia de alguien… dale poder, esa es la prueba para conocer la dosis de humildad o de soberbia humana.

Los conflictos universales y locales se reducen a conductas humildes o conductas soberbias, el peso de la ley se sobredimensiona cuando está cargada de soberbia y resentimiento, así dan cuenta algunas y algunos políticos encarcelados con cuentas pendientes con el pasado político.

En el contexto local sucede lo mismo, basta hacer un recuento de las diferencias entre acusados y acusadores; acusados encandilados con la luz de la lámpara del acusador, cuya luz deriva de la revancha potencializada por la soberbia; acusados que pueden caer como cae la presa inerme ante el poder absoluto del cazador.

El terreno de la política también puede ser pisado por gente humilde, es decir, no es exclusivo de la soberbia. Lo primero que debe recordar el político soberbio son dos cosas: la temporalidad y la subordinación. En el mejor de los casos durará en el encargo seis años, y será empleado del pueblo cuyo salario depende de los impuestos.

Pudiendo ser las mejores experiencias de vida y poniendo a prueba la vocación de servicio, los servidores públicos a veces desperdician su oportunidad, víctimas de una soberbia que mancha su nombre, imagen, prestigio, y hasta su familia, un baño de humildad puede resolver de fondo todos sus problemas.