Por David Uriarte /

Mientras los políticos tratan de sacar del resumidero de la corrupción su propia historia, los estómagos de millones de mexicanos claman por saciar el hambre, los despidos de millones de trabajadores avizoran una estrategia social poco grata, la única que tiene éxito es la fábrica de pobres.

El signo de la pobreza es la deuda… primero pierden el trabajo, después se acaban las reservas (si es que había), después se endeudan, después se vuelven prófugos de las deudas, y después descansan en la estadística de la pobreza.

La deuda más sentida es la deuda de comida al estómago de los hijos; el sentimiento de los padres ante esta deuda, puede ser el detonante de la conducta sociopática, en otras palabras, el hambre derivada de la pobreza, la falta de empleo y de oportunidades, son el combustible que puede incendiar la paz y la tranquilidad social.

Es poco probable que detrás de la saciedad y el bienestar exista la conducta delictiva, excepto por un trastorno mental, por eso, los discursos, buenas intenciones, proyectos y programas sociales cuya temporalidad responden a políticas públicas sexenales, llenan expectativas políticas pero pueden dejar estómagos vacíos.

Cuando el hambre y la incertidumbre familiar es la constante, las alternativas para salir de la pobreza contemplan la conducta delictiva. Las necesidades básicas y fisiológicas no se pueden postergar para mejores tiempos… el hambre, la sed, o las ganas de orinar o defecar no se pueden dejar para después, no se puede aspirar a la autorrealización si los procesos básicos y fisiológicos no se cumplen, dejar de comer es una invitación a la inanición y la muerte, y es contra-natura.

Saciar el hambre y la sed cambia la forma de ver la vida, cambia el carácter, incluso está demostrado cinéticamente que las decisiones de los jueces son distintas con hambre que sin hambre.

Las políticas públicas que contemplan inversiones cuantiosas en infraestructura y desarrollo industrial o carretero, y olvidan los estómagos de los pobres, están construyendo la ruta de la violencia social. Un pueblo que sacia sus necesidades básicas, es producto de políticas públicas sanas y eficientes.