La vida está por todas partes llena de hábitos, la mayoría de ellos los reproducimos de forma inconsciente, es decir, los hacemos sin darnos cuenta o sin necesidad de razonar mucho para ello y esto es común puesto que la definición de hábito es precisamente una costumbre o rutina que se adquiere a partir de repetir conductas similares.
Así a lo largo de nuestra vida hemos ido aprendiendo a fuerza de repetición hábitos como: lavarnos los dientes en la mañana, tomar café con el desayuno, vestirnos de determinada manera, la forma en que comemos, los programas de televisión que miramos, etc., se han convertido en conductas automatizadas que podemos nombrar “hábitos físicos”.
Pero existen también otros sumamente importantes y a los cuales prestamos muchísima menos atención, me refiero a los “hábitos mentales”, es decir, la forma en que pensamos y el tipo de pensamientos que utilizamos para juzgar e interpretar al mundo –y a nosotros mismos– la cual es sustentada por creencias a las que somos fieles.
Desde la neurociencia el mantenimiento de un hábito radica en que al cerebro no le gustan los cambios, pues ello le requiere gasto de energía y esfuerzo, así que cuando una conducta se ha repetido de forma regular y periódica ha pasado a convertirse en un hábito fuerte, de manera que el cerebro ya no necesita pensar ni esforzarse lo cual se convierte en su recompensa y permite así que el comportamiento físico, mental o emocional se instale con mayor eficacia en la red neuronal.
Partiendo de lo anterior, alguna vez has sido consciente de que tu manera de ser, pensar y actuar obedece en su gran mayoría a hábitos de pensamiento a los cuales estas fuertemente agarrado (a), y el sólo hecho de desafiar tus propias ideas o creencias te produce malestar y angustia ya que de alguna manera has aprendido a identificarte con ellos.
Tenemos formas (hábitos) de relacionarnos con la pareja, en el trabajo, con la familia, los amigos, la escuela, etc., las cuales hemos ido aprendiendo a lo largo de nuestras vidas y nos aferramos a ellas, sin embargo, que las hayamos aprendido no implica que éstas sean lo mejor para nosotros.
Muchas de las decisiones que tomamos no lo hacemos nosotros sino nuestros hábitos por ello sería importante que de vez en cuando hagamos una auto- limpieza mental, que nos esforcemos por cambiar aquellas formas de pensamiento que no nos están permitiendo crecer como persona, que no aportan bienestar y que por lo tanto ya no nos sirven.
Cuesta cambiar porque el cambio mismo da miedo e incertidumbre, sin embargo, no es imposible, valdría la pena intentarlo y más aún cuando se sabe que adquirir un hábito o comportamiento nuevo no importa si es físico o mental, ofrece al cerebro la oportunidad de mantenerse en forma, fuerte, vigoroso, creativo y por lo tanto sano.