Por David Uriarte /

La perversidad es una sombra de distinta densidad en cada persona, se dice que nadie es tan malo que no tenga algo bueno, y nadie es tan bueno que no tenga algo malo.

La figura y representación de los judas en la política es la constante, a veces el último en enterarse de las traiciones es el traicionado. Hay quienes se creen muy inteligentes y sin darse cuenta caen en el juego de alguien más, todo con el propósito de por lo menos arañar el poder político y en otros casos para recuperar el dinero invertido en un negocio que no fructificó lo prometido.

Otras piezas políticas han trabajado intensamente, han pisado el suelo, sudado la camiseta, han creído en la promesa de sus jefes o líderes, y al final de los plazos no son requeridos, pero sí reconocidos y aplaudidos, aunque con eso no se cumple su propósito.

Las expectativas de la sociedad regularmente son diferentes a las expectativas de los políticos; mientras la sociedad cree en promesas y espera que su voto le regrese por lo menos seguridad y bienestar, los políticos buscan el poder de la representación o el poder de gobernar -claro-, hay sus honrosas excepciones.

En la actualidad tenemos diputados locales y federales que en su vida pensaron ser lo que hoy son, lo mismo sucede con presidentes municipales, sin embargo, en política no siempre sucede lo esperado, son sorpresas que enseñan más que una maestría y un doctorado en ciencias políticas.

Una cosa lleva a la otra, es decir, cuando la sociedad observa la dinámica de las elecciones de 2018, algunas personas llegan a pensar que sólo basta anotarse con la marca ganadora y el triunfo está asegurado sin importar el producto, sin embargo, es probable que la sorpresa se revierta.

La terquedad o persistencia de los perdedores es una lección estimulante para los incipientes políticos; lo mismo pasa con la edad, el mito de la juventud a veces es rebasado por la realidad de la vejez, para muestra las elecciones y los ganadores como Trump y Biden en Estados Unidos.

Otro mito que se puede derrumbar es el del dinero, ya no se puede asegurar que lo resuelve todo, a veces el dinero sólo es la manzana de la discordia que convierte lo esperado en inesperado.