Por Victoria Sánchez y Francisco Aragón
La clave en tiempos de necesidad está en el servicio, narra el padre Miguel Ángel Soto Gaxiola, al reflexionar sobre el ministerio de Jesús en la tierra enfrentando las injusticias sociales, la pandemia por la lepra, el hambre y la pobreza, haciendo el llamado a “servir”, un llamado que para el padre Miguel comenzó desde muy pequeño.
Y es que la infancia del sacerdote transcurrió en Guamúchil, donde su familia compartía la casa de sus abuelos. Ahí vivían todos juntos muy cerca de donde pasaba el tren, por lo que la presencia de los “trampitas” -como les llama- no era algo extraño en su casa, sino todo lo contrario, pues su padre -a veces a pesar de su madre- llevaba constantemente a aquellos que viajaban de “trampa” en el ferrocarril a que pasarán la noche o los días en su casa, les daban alimento y lo que podían, aunque muchos de ellos terminaron robándoles algo.
Recuerda también, como su abuelito “Pancho”, por allá en los años 70’s, pertenecía a “Radio Club”, cada miembro tenía un radio en su carro y se llamaban por él, para brindarse ayuda o auxiliar a quien lo necesitara. Por aquellos tiempos repartían despensas a las comunidades más pobres, más necesitadas en épocas de crisis por el clima o inundaciones. Y tiene presente como acompañaba a su abuelo a repartirlas.
Ayuda a través del trabajo en equipo
Las iniciativas de ayuda se han logrado gracias a la “gente buena de Culiacán”, asegura el párroco, y lamenta que el “culichi” está estigmatizado por el narcotráfico, “pero nada que ver -dice- la gente de Culiacán es gente buena, gente noble, gente trabajadora. Es gente generosa, y por eso son posibles las obras sociales que realiza”.
Fue hace 8 años que abrieron el comedor para dar desayuno a los más necesitados, en el Templo del Carmen en Culiacán, Sinaloa. Y en su banco de datos tienen registradas a unas 200 personas en situación de calle, o de muy bajos recursos, que son apoyados con desayunos cada mañana. Cuenta que el primer día fueron 40 personas y para las siguientes semanas -antes del mes- ya eran 150 y en los meses siguientes se llegó a 200. Actualmente, también se sirven comidas calientes diariamente a unas 250 personas.
“Todos son bienvenidos”, dice el padre Miguel. Se sirve el desayuno “sin cuestionar nada, sin importar su preferencia sexual, su religión, el vicio que tengan o la deficiencia que traigan, no se juzga a nadie, quien llega con hambre recibe el alimento”.
Como comunidad parroquial del Carmen, la inversión que hacen es poca. Pues lo demás son donaciones de personas generosas de Culiacán como: los huevos que son donados por la Casa de los Loaiza, el jamón y salchicha donados por Víctor Yan, Carlos Machado los Tamales de Chata, restaurante Los Arcos que dona los frijoles, Edna Fong aporta bebida de té de jazmín; además de otras aportaciones de Supermercados Ley y grandes donaciones que hace el Mercado de Abastos que incluso alcanzan para apoyar a la Ciudad de Los Niños de Navolato. Además, a una casa de ancianos que atiende un pastor protestante; de manera que desde el Templo del Carmen se comparten los alimentos, “nunca nada se echa a perder”.
El equipo está conformado por mujeres, hombres -voluntarios-, algunos de ellos de colegios, clubes Rotarios, que se distribuyen la labor para apoyar en los desayunos. Así que “el engranaje está andando de modo que todo funciona” dice el padre Miguel Soto.
Los migrantes
A partir de los desayunadores, es que empezaron a llegar migrantes a desayunar. Y así fue aprendiendo a distinguir la situación de los migrantes. Están los que son llamados “migrantes charolas” que van de ciudad en ciudad pidiendo para mantenerse, se hospedan en hoteles, viajan en familias y desarrollan un modus vivendi pidiendo dinero, rentando un cuarto de hotel, ellos no precisan de la Casa del Peregrino, revela el clérigo.
“El verdadero migrante es el que ayudan en la Casa del Peregrino, aquel que salió de su país por condiciones de trabajo, opresión en su país, o la pobreza paupérrima, miseria”, a él es a quien ayudan en su camino, pues llegan cansados buscando un lugar donde descansar, donde poder dormir.
Cita como ejemplo, la travesía de un migrante de Honduras, que para llegar a Culiacán viaja de 30 a 40 días. “Viaja en el tren, donde le pasa de todo… mal dormido, le llueve, mal come, lo han asaltado y hasta golpeado. La gente los ve en la calle y piensan que es un malviviente o un adicto, pero su aspecto demacrado, es por deshidratación y hambre, por el desgaste de su viaje”.
Para esas personas la Casa del Peregrino, ubicada por la colonia Gabriel Leyva en Culiacán -muy cerca del Hospital Civil- se convierte en una especie de refugio, un oasis en el desierto de rechazo y dificultades que pasa un migrante. Esta casa se constituyó también a través de la generosidad. El hogar fue una donación, mientras que la empresa Coppel aportó las camas, los minisplits, y los demás muebles de la casa, para tener “una casa de primer mundo con todo nuevo, hay cocinera, y todos los servicios hasta con aire acondicionado”, dice el padre y promotor del lugar. Ahí los migrantes duermen, descansan, se recuperan… todo en un periodo de aproximadamente tres días. A menos que alguno esté pasando por una enfermedad o accidente, porque entonces a esa persona se le apoya y orienta con la recuperación, en el Hospital Civil y luego en casa. Incluso se han atendido embarazadas con el apoyo del doctor Balcázar, comenta.
Así se apoya a quien va de paso, a quien va buscando el sueño americano rumbo a Estados Unidos, pero también a quien viene de regreso, quizá derrotado, cansado y con sus esperanzas caídas… pero ahí en la Casa del Peregrino hay lugar para todos.
Cuenta que incluso han ayudado a un chef ‘5 estrellas’ que fue deportado de Los Ángeles, y apoyaron a conseguir trabajo en un restaurante de comida china en Culiacán, el Tai Pak, de modo que recuperó su dinero y pudo regresarse. O el caso de otro más, quien es ahora el encargado del aseo en el Estadio de Beisbol.
Trabajar, producir empleo y compartir
Recientemente se le otorgó al padre Miguel un reconocimiento como “Héroe Covid”, recibiendo el cinturón Mazahua al mérito humanitario por parte del CMB, por su labor durante la pandemia de coronavirus ayudando a distribuir hasta 2 mil despensas diarias, un logro sin precedentes por la dimensión de la generosidad de la gente de Culiacán, los agricultores que mandan alimentos y muchas donaciones.
Cuenta que hay niño de 9 años -un feligrés que acude a su misa-, se llama Bernardo. Este jovencito vive en La Primavera y su papá le trae tomate y chile morrón, por lo que él en su cuatrimoto, sube jabas de las hortalizas y va casa por casa a venderlas. Recientemente contrato a un niño para que le ayude a la distribución, el 10 por ciento de lo que gana lo comparte para los desayunos de los indigentes. Esa labor de Bernardo -dice el padre Miguel-, es un ejemplo clave de lo que debemos hacer: trabajar, producir empleo y compartir. Este es el camino a seguir recalca el sacerdote, porque trabajando, produciendo y generando empleo es como vamos a salir adelante; y una vez que tengamos las ganancias debemos compartir con quien no tiene: la vecina, el tío enfermo, el amigo.
Iniciativas de gran alcance. El Club Rotario Culiacán Metropolitano le entregó recientemente un reconocimiento por su gran servicio a la comunidad, le agradecieron ser una guía y una inspiración para muchos.