Por David Uriarte /
Muchos conflictos desaparecen con el tiempo, otros mejoran y otros persisten. El tiempo a veces se convierte en el mejor aliado de las diferencias; para envejecer se necesita tiempo, para ver lo mismo de manera tranquila también se necesita tiempo… no se piensa igual en la salud que en la enfermedad, en la juventud o la vejez, con poder o sin poder, con rencor o sin rencor, con hijos o sin hijos, en la riqueza o en la pobreza, con amigos o sin amigos.
A muchas personas se les pregunta, si se pudiera regresar el tiempo ¿Qué cosas cambiarías de tu vida? Pocas contestan nada, casi todas las personas tienen algo de que arrepentirse. Muchos en la vejez se justifican diciendo, -es que estaba joven-; otros dicen, -es que actúe por impulso-; otros afirman, -es que tenía todo el poder o todo el dinero-; las respuestas siempre justifican un arrepentimiento, arrepentimiento inducido por el tiempo.
No es casualidad que poco más del 80% de los asesinos según las estadísticas, sean personas entre los 15 y los 35 años, los impulsos hormonales, la crianza, y la ausencia de hijos, parece ser el combustible que predispone la conducta sociopática. Cuando la crianza es sana y existe un vínculo emocional con alguna pareja o hijos, los impulsos delincuenciales se reprimen y se buscan alternativas de sustento familiar decentes.
Es relativamente fácil entender los impulsos explosivos de los adolescentes y jóvenes; resulta a veces incomprensible entender como algunas personas maduras por no decir viejas, cuando tienen el poder político o económico en sus manos, se comportan como verdaderos adolescentes utilizando todos los medios a su alcance para destruir a los que piensa diferente a ellos.
En la lógica de que el tiempo cura o apacigua los impulsos, se esperan conductas y practicas conciliadoras en las personas mayores embestidas temporalmente con el poder, sin embargo, se pueden observar en la percepción social practicas desgastantes o denigrantes de parte de quienes con el poder absoluto exhiben su condición humana, donde el tiempo no ha logrado esmerilar las rispideces propias de sus vidas.
Si el tiempo no modifica las conductas impulsivas, o dolosas en la persona, la edad será un número o un referente para la jubilación, los créditos, o los apoyos sociales del gobierno.
Si el tiempo no logra enderezar conductas rencorosas; nadie lo hará.