David Uriarte /

Los discursos políticos se pueden perder en el aire del desierto de la conciencia social, o se pueden adherir en lo pegajoso de la necesidad colectiva.

El soporte técnico o ideológico de los discursos puede ser impecable, sin embargo, la gente no quiere clases de historia y civismo, quiere beneficios, beneficios en productos o servicios; quiere pavimentación, transporte público eficiente, iluminación en las calles, parques y jardines, canchas deportivas; recolección puntual de basura, servicio de agua potable, drenaje sanitario y pluvial funcional, becas para los hijos, ayuda para los adultos mayores, apoyo a discapacitados, programas sociales que se miden en pesos y centavos; ese es el mejor discurso de cualquier gobierno y de cualquier gobernante.

Más de la mitad del padrón electoral son personas cuyos ingresos no rebasan los diez mil pesos mensuales, incluso hay quienes viven en la economía informal o con ingresos igual o menor al salario mínimo mensual, ésta es la población objetivo, a ellos va dirigida la publicidad escondida en los discursos de campaña, las promesas son para quienes necesitan, no para los que tienen resuelta de alguna manera la vida.

La sed induce las ganas de tomar agua y la pobreza simpatiza con la mano que le da dinero, desde esta lógica, perderse en discursos incendiarios no es opción que venda o convenza voluntades, los discursos que llevan promesa de beneficio por cualquier vía, principalmente por la vía del dinero, será bien venidos.

Aquí se cumple aquel dicho popular que reza, “De una mina de oro y una mina de pobres, es mejor la segunda”, aunque no es así exactamente, se entiende la intención del mismo.

Los discursos acusatorios o denotativos solo adornan el plato fuerte de la promesa o del beneficio, ¿Qué gano si voto por esta persona y por su partido? Esta es la pregunta lógica de quien tiene el poder del voto y con ello fija el rumbo democrático de su tierra, la respuesta viable para asegurar simpatías son las promesas con beneficio inmediato con repercusión en el bolsillo, en la alacena o en el estómago, y con la seguridad jurídica, es decir, que por ley se les asegure que nadie les va a quitar esos privilegios.

Con este espíritu de servicio a la sociedad carente y necesitada, y con estos porcentajes de pobreza, lo que menos interesa es la competencia política partidista; excepto que copien el mismo esquema.