Nuestra limitada capacidad de entender la realidad en la que estamos inmersos, aunada al enorme ego que caracteriza a nuestra especie, nos ha llevado históricamente a creer que tenemos una explicación para cada fenómeno y circunstancia que existe, sucede o está por ocurrir.

Tal vez, la enorme ansiedad que genera el percatarnos del poco o nulo control que tenemos de la mayoría de sucesos a nuestro alrededor es tan insoportable, que nos motiva a buscar explicaciones, respuestas e invocar un conocimiento superior del funcionamiento de nuestra realidad. A creer explicaciones mágicas, sobrenaturales y en ocasiones totalmente descabelladas y alejadas de la realidad misma; pero al final una explicación por fantástica que resulte disminuye la inmensa incertidumbre en la que vivimos.

Entender la realidad genera una sensación de control. Conocer cómo funciona el universo de lo diminuto a lo colosal nos empodera; aun cuando ese conocimiento sea falso.

La superstición nos ha acompañado quizá desde el inicio mismo de nuestra existencia como seres humanos. Porque cada duda necesita ser respondida, porque no soportamos no saber. La superstición ayuda a respirar a quienes se ahogan en la incertidumbre.

Un amuleto, el horóscopo o cualquier ritual, sólo tiene efecto en la actitud de quien le otorga poder; sin embargo la propia actitud determina en gran medida las acciones del sujeto, influyendo así en la realidad misma.
No es necesario saber qué ocurrirá, para que ocurran cosas buenas. Así como ignorar lo que sucederá, no hará que sucedan cosas malas; ya que la realidad tan sólo es, sin importar lo que esperemos de ella.

Detrás de la superstición entonces, se asoma un miedo insoportable a que las cosas no sean como queremos, a que la realidad no se ajuste a nuestras expectativas. Lo cual nos puede llevar a confiar más en cosas o sucesos ajenos, que en nosotros mismos.
El mejor amuleto es sin duda el autoconocimiento. Conocer quién soy, qué quiero, de qué soy capaz. Conocer mis límites y capacidades, con orgullo y humildad, me dará más “buena suerte” que todas las patas de conejo y tréboles del mundo. Por el contrario, ignorar quien soy, de qué soy capaz o cuáles son mis límites, puede llevarme a la peor suerte.
Por lo tanto, el poder de “atraer lo bueno y alejar lo malo” no radica en amuletos ni rituales, sino en la paz y serenidad que nos permite vivir, sin temer a la vida misma.