Por David Uriarte / 

 

Aunque la respuesta es obvia, muchos siguen pensando en la política como una virtud adquirida por decreto. Las potencialidades humanas se pueden desarrollar hasta cierto límite, es decir, todos tenemos la capacidad para cantar, pero no todos tenemos la voz y el timbre para pisar los grandes escenarios y conquistar el cariño del auditorio; en la política sucede lo mismo, no todos los que ostentan un cargo político tienen la vocación impresa en sus genes para dejar una buena marca en la historia y la sociedad que los eligió y al final los soportó.

El técnico que se cree político piensa que todo es producto de las matemáticas y la razón, el político que se cree técnico, piensa que todo lo arregla la emoción, la ovación, los abrazos y las computadoras. El político busca en el técnico un soporte administrativo, y una disciplina financiera que le permita separar la promesa viable de la promesa engañosa.

En el ejercicio político de la administración pública, el gobernador entiende los tiempos, grupos, compromisos, partidos, estadística, economía y sociedad, como insumos indispensables para preparar la entrega recepción desde el primer día de su gobierno.

A medio camino, el gobernador observa las inercias de la federación, el acomodo de los grupos políticos, los compromisos cumplidos y pendientes, las fortalezas partidistas, los apoyos de la federación, la tendencia estadística de su gobierno, la deuda que va a heredar de corto y largo plazo, pero sobre todo, a quién le va entregar el gobierno y cuáles serán los focos cuyo hedor será la marca de su gobierno.

El técnico mide las deudas en pesos, el político en imagen de su gobierno, de la sociedad, de su partido y de sus aliados, es decir, la visión del político es más amplia y la previsión más oportuna.

El signo de un gobierno técnico es el discurso de “no pasa nada”, “todo está cuadrado o planchado”, otro tan importante como el primero, es la desestimación del consejo político creyendo que es mejor que sus antecesores, olvidando la mano amiga que lo ungió vía amistad o compromiso de cualquier tipo, menos por la gracia política que cree tener.