Por David Uriarte /

Gobiernos van y gobiernos vienen y la sociedad vive inmersa en la esperanza de una sola cosa: mejorar el estilo y la calidad de vida para tener bienestar.

Si la felicidad se puede definir como la ausencia de miedo, cuando las personas no tienen miedo de perder la vida a manos de la delincuencia, no tienen miedo a perder sus trabajos, no tienen miedo a enfermarse, y no tienen miedo a la ignorancia, es porque se sienten seguros, tienen una economía fuerte, un sistema de salud eficaz, un sistema educativo eficiente.

Las inconformidades sociales se derivan de carencias y deficiencias personales y familiares, el talón de Aquiles en los gobiernos se llama inseguridad, pobreza, enfermedad, e ignorancia, en las cuatro condiciones subyace un elemento común: el dinero.

Es precisamente el dinero el eje que sostiene a cualquier gobierno. En los regímenes democráticos sucede un fenómeno paradójico, los que ponen el dinero no son bien vistos por quienes lo reparten, los clientes cautivos ante el Sistema de Administración Tributaria (SAT), los grandes y pequeños contribuyentes, son tratados como delincuentes, tienen una sobrevigilancia por parte de la autoridad, son exhibidos como los potenciales evasores fiscales, poco o nada se les reconoce a su contribución para que el país funciones, para mantener la carga burocrática de los tres poderes, y las grandes obras sociales.

Lo curioso es la gran admiración que le tiene el pueblo o por lo menos los que reciben los beneficios de los programas sociales al gobierno, le aplauden como si fueran ellos los creadores de la riqueza, ni en un ejercicio de humildad racional se imaginan que el dinero que reciben viene del bolsillo de los empresarios y grandes contribuyentes, y que en todo caso, quienes debieran recibir los aplausos, son aquellos que incluso le pagan a los que lo entregan.

Ningún gobierno produce dinero como tal, todo el dinero para operar las instituciones viene de los impuestos que tributan los contribuyentes, si la ingratitud es la palabra que cabe en estos casos, tanto el que reparte el dinero como el que lo recibe, muestra una cuota alta de ingratitud al que produce, al que suda la camiseta, al que entrega parte importante de sus ganancias para mantener al gobierno y sus obras.

El eje que sostiene al gobierno y sus programas, es el esfuerzo transformado en dinero como una obligación fiscal.