La vida es deseo y placer. Desde el embarazo el feto desea, desea salir. Así lo demuestra la neuroendocrinología del embarazo. Las neurohormonas que el propio feto produce, inducen el parto, y con eso se cumple el deseo de salir. Al momento de nacer, el recién nacido desea respirar, si no lo hace, simplemente se muere. Respirar es la única forma de mantener la vida.

El cerebro se acostumbra a desear. El deseo es un pensamiento que se sustenta en una necesidad real o creada.

El cerebro se acostumbra a desear. El deseo es un pensamiento que se sustenta en una necesidad real o creada.

Un pensamiento que surge de una necesidad fisiológica como tomar agua, o un pensamiento que surge de una necesidad afectiva como el tener una pareja. Tanto el deseo como el placer son productos finales de un cerebro cuyo combustible son sustancias químicas denominadas neurotransmisores. Tenemos pensamientos cuya ruta termina en el placer y la felicidad, pero también tenemos pensamientos cuyo resultado final es el malestar, la depresión y el sufrimiento.

¿Cuáles son los deseos que construye una persona promedio en una cultura y en una sociedad como la nuestra? En primer término la persona desea sobrevivir, después desea encontrar un estatus social que le permita tener una calidad y estilo de vida placentera.

Todas las actividades humanas incluyendo las adicciones, parten de un deseo y terminan en un placer aunque este sea efímero. Hay quienes aseguran que el placer es como el orgasmo, solo dura segundos pero se puede buscar por horas, días e incluso toda la vida.

Hay hombres y mujeres cuyo deseo es poseer erótica y afectivamente a una persona, sin embargo, después de cumplir su deseo y experimentar el tan anhelado y efímero placer, el deseo desaparece por completo.

Uno de los lamentos más frecuentes en las parejas es el aburrimiento o la infidelidad,  incluso hay parejas que experimentan las dos condiciones. El aburrimiento en la pareja está ligado directamente al deseo.

Por fortuna, el deseo se ve superado por el afecto y es éste el que logra salvar la relación de pareja. Una persona puede querer mucho a su pareja, sin embargo, esto no es garantía de que su pensamiento se quede estacionado en un solo lugar. Lo anterior significa que el deseo de explorar nuevos territorios eróticos y afectivos siempre será una amenaza latente para ambos miembros de la pareja.

Si los deseos fueran hilos de colores que se conectaran entre la persona que los produce y la que es objeto del deseo, imagínese los enredos que existieran en la pareja y en la sociedad. Donde está la mente está el corazón, y donde está el corazón está el deseo, y donde está el deseo está el placer. Una persona puede estar acompañando a su pareja o incluso puede estar teniendo relaciones sexuales, pero eso no significa que esté contento, satisfecho o que la fuente de excitación, deseo y placer sea su pareja. Como la fuente de inspiración para el deseo y el placer se construye en la mente, es ésta la que guía la sensación placentera independientemente de que exista o no una persona real enfrente de la otra; a esto se le llama fantasía.

El deseo es el puente que conecta con el galardón que se llama placer. Una vida placentera es todo la que busca el humano, por eso, los creyentes de las distintas religiones anhelan y tienen esperanza de encontrar una vida placentera incluso después de su muerte. Mientras tanto, la vida terrenal, a través del cerebro y sus procesos mentales, pone a nuestra disposición el deseo y el placer bajo dos circunstancias: La realidad y la imaginación; nosotros decidimos.