Por David Uriarte /

El precio psicológico que paga la población por vivir en medio de una ola de violencia, depende de múltiples factores que se pueden resumir en tres: la edad, la personalidad y la labilidad emocional.

Los niños, adolescentes, jóvenes, y adultos, tienen percepción distinta del fenómeno, es decir, los niños de momento, no logran entender la reacción emocional de los adultos, sólo son objeto de cuidado sin lograr entender o dimensionar el riesgo real o la reacción descuidada o exagerada de sus padres.

En el caso de los adolescentes, ellos tienen un grado de conciencia que les permite entender el miedo de los adultos y caer en la misma sintonía de ellos, experimentando datos clínicos de ansiedad o irritabilidad.

Los jóvenes mayores de veinte años, son proclives a la acción, algunos sueñan con ser los protagonistas de los enfrentamientos, otros buscan el acercamiento y la amistad con sus pares para escuchar de cerca las vivencias, ésta es la edad de más peligro, este segmento de la población, representa el ochenta por ciento de la fuerza de reacción de los grupos delictivos; aunque las edades se pueden extender desde los dieciséis años hasta los treinta y cinco. Aunque también participan adolescentes tempranos cuyas edades no alcanzan los quince años, y personas mayores de los cuarenta años.

Los mayores de cuarenta años representan un número menor de personas que empuñan un arma para enfrentar grupos criminales o las fuerzas del orden, la razón es sencilla, este grupo, por su edad, casi todos tienen hijos y pareja, esto de alguna manera es un freno para participar en conductas delictivas cuya consecuencia puede ser la muerte.

La personalidad disocial en los adolescentes y antisocial en los adultos, junto con los trastornos de los impulsos como aquellos que padecen déficit de atención con hiperactividad, es la mezcla perfecta para convertir la emoción del miedo en la mejor motivación para disfrutar la adrenalina, no todos ven el riesgo como oportunidad de vida, excepto aquellos con pensamiento un tanto cuanto suicida.

Labilidad emocional significa tendencia a experimentar cambios rápidos e intensos en el estado de ánimo, sin poder regularlo de manera adecuada, estas personas sufren mucho más en épocas de disturbios sociales, desarrollan con facilidad estrés postraumático y alargan la fila en los centros de atención psicológica.