Por David Uriarte /
Durante el siglo pasado, la prohibición del alcohol en Estados Unidos fue un gran negocio para la mafia, la misma suerte han corrido los psicotrópicos de origen natural o sintéticos. Al margen de su adicción o letalidad, las prohibiciones despiertan la curiosidad más dormida de cualquier humano, la curiosidad mas un cerebro dañado o predispuesto por la herencia, desembocan en conductas adictivas diversas.
Lo paradójico cuando se habla de drogas adictivas y sus repercusiones en la salud física, mental y social, cuyo espectro va desde la adicción física y psicológica hasta la muerte, es la multiplicación de usuarios, cada vez más se diagnostican o detectan usuarios de mariguana, metanfetaminas como el cristal, y opioides como el fentanilo, pasando por las adicciones al alcohol y el tabaco como tal.
Campañas y campañas gubernamentales y de la sociedad civil organizada, grupos de madres y padres victimas de la desgracia adictiva en sus hijos, servicio social organizado para buscar las mejores condiciones de una plaga que no se extingue, en fin, un monstruo de mil cabezas que amenaza igual a los segmentos sociales bajos que altos.
A pesar de los endurecimientos de las políticas gubernamentales de países como Estados Unidos o los castigos de países como Malasia donde los traficantes enfrentan pena de muerte, las adicciones siguen escalando estadísticas de destrucción y muerte.
El efecto paradójico no es exclusivo de las drogas y su adicción, trastoca fronteras como la música en su expresión más legitima del pueblo o la sociedad que expresa sus realidades, aunque con esto haga apología del vicio, el crimen o delito, exaltando de alguna manera la violencia y la muerte.
Los corridos tumbados, o la música denominada del regional mexicano, dan vida a las conductas excéntricas de muchos trasgresores de la ley, exaltando los alcances del dinero y el poder como herramientas de un estilo de vida glamurosa, y la vía automática para la conquista erótica y afectiva.
La prohibición de este tipo de música, es la pastilla estimulante para escucharla, promoverla y defenderla a tal grado de sacra la parte agresiva y violenta del humano en búsqueda de lo que considera es su legítimo derecho de expresión.
Los intelectuales de la lengua fijan sus ojos en la sintaxis, desconocen la parte psicológica de una sociedad que no se anda con rodeos al expresarse.