Por David Uriarte /

Ante la inesperada realidad de la pérdida, la negación es el remanso de consuelo para el humano. Hay de pérdidas a pérdidas, la pérdida de la vida es sin duda el metal para el imán de la negación. En la primera etapa del duelo por la ausencia definitiva de un ser querido, la negación es la sábana que cubre la fría realidad, aunque poco a poco se destapa la conciencia de lo que ayer era vida y hoy es muerte, este proceso puede durar semanas, meses, años, o incluso, la persona puede morir sin aceptar o enterrar a sus muertos.

Siempre ha existido la experiencia de la muerte de un ser querido, mientras llega la propia, hay ausencias generadas por la muerte que laceran más que otras, todo tiene que ver con el grado de apego, con la fortaleza del vínculo afectivo, y las expectativas personales, familiares y sociales de la relación, es decir, lo esperado es que los hijos entierren a sus padres, no al revés. Estas expectativas son de alguna manera naturales, se sabe que la muerte no tiene espacio para esquivarla, tarde o temprano el ser humano se arrodilla o reduce ante la muerte.

El duelo tiene un toque diferente dependiendo las condiciones o circunstancias de la muerte, no es lo mismo enterrar al abuelo de cien años, víctima de una muerte natural, a enterrar a un hijo de siete años muerto por los estragos de la leucemia, o enterrar al hijo de veinte años cuya muerte violenta fue producto de su “trabajo” en algún grupo delictivo. En estos casos, el duelo y su negación inicial tienen un punto de referencia: el cuerpo inerte, ausente de vida, pero en las desapariciones, el duelo se construye de manera diferente, negación con mezcla de coraje, y un toque de resignación.

La negación es una etapa del proceso de duelo que arropa a miles de familias, a personas que se resisten a incorporar la idea de la ausencia definitiva de su ser querido, al nuevo estilo de vida donde la ausencia será la compañía eterna.

Las experiencias traumáticas de la vida emocional derivadas de la muerte, siempre han existido… La diferencia es la causa de la muerte; saber o imaginar el dolor de una persona víctima de tortura, tiene significado diferente. Saber quien o quienes le quitaron la vida al ser querido, le pone un toque diferente a la existencia humana.

Las muertes violentas engendran venganza, la braza del infierno en la tierra. Vivir el duelo y su negación es una cosa, vivir la esperanza de justicia propia, otra.