Por David Uriarte /
La conducta humana dibuja la cultura, hay cultura del ahorro, del trabajo, de la honestidad, de la mentira, del desprecio, cultura del buen trato, del mal trato, cultura culinaria, académica, del esfuerzo, de la ociosidad, de la traición, del respeto, de la salud, de la enfermedad, en fin… son aprendizajes individuales aprendidos en la familia y la sociedad, o pensamientos que se materializan en el terreno de la conducta y el comportamiento.
Cuando se juntan los pares o los iguales, aparecen núcleos culturales cuyo destino y objetivo es el mismo, estos núcleos culturales pueden provocar, chocar, o enfrentarse con los núcleos culturales antagónicos o diferentes, los que trabajan con los que no trabajan, los que respetan con los que no respetan, los honestos con los deshonestos, los pobres con los ricos, esta ruta de discrepancias es frecuente y fácil de entender.
Lo difícil de entender, son las diferencias marcadas a tal grado que buscan extinguirse unos a otros, esto en el caso de aquellos que están hervidos en el mismo caldo, aquellos que profesan la misma idea, por ejemplo, aquellos que se dicen honestos y se dividen por carriles distintos; ambos buscan el poder y el control.
Aquellos que se dicen demócratas y en la pugna por el poder, asumen actitudes antidemocráticas, los que profesan según ellos la cultura de la honestidad, pero sus actos son eminentemente deshonestos como instrumentos de reducción de las diferencias y la consecución del poder.
Las divisiones culturales se dan invariablemente por los desacuerdos en los liderazgos, si la razón no convence, el uso de la fuerza es el camino rumbo a la victoria, la fuerza en estos días no siempre es física, puede ser la fuerza del Estado a través de las instituciones. La fuerza incluso de las leyes, para elaborar una ley a modo, sólo se necesita la mayoría en los Congresos; la fuerza en el poder judicial es una llave maestra que puede doblegar al más petulante e influyente, después de la vida y la salud, la libertad es el bien más preciado.
La cultura de los mexicanos es una, y la subcultura de los sinaloenses es otra; Sinaloa arrastra una carga genética social suigéneris, la seducción es la habilidad histriónica favorita de aquellos que ostentan el poder económico y político, son buenos para vender su imagen y su discurso, por algo están donde están y por algo han acumulado fuerza económica y política.
La cultura debe cohesionar a la sociedad, guiarla al bienestar, asegurarle un destino de primer mundo.