Por David Uriarte /
El día que las mujeres cambien, entonces podrán cambiar los hombres. Desde hace miles de años, los hombres y las mujeres han asumido roles cuyo origen es el aprendizaje evolutivo. La clave para entender las diferencias marcadas y algunas veces ‘animalescas’ de los hombres es el cerebro.
Toda conducta parte del cerebro, sin embargo, el humano tiene dos cerebros: un cerebro racional y un cerebro emocional. El cerebro racional es más nuevo, es donde se encuentra la voluntad, la razón, la moral, la planeación y todo aquello relacionado con la conciencia.
¿Hasta cuándo cambiará mi pareja? Esa es la pregunta eterna de hombres y mujeres. La razón femenina no ha podido convencer al cerebro masculino y viceversa.
Los hombres siguen pensando en función de una sexualidad erótica y las mujeres siguen pensando en función de una sexualidad afectiva.
Desde su estructura y forma, el hombre tiene contacto con sus genitales externos desde siempre, en cambio, la mujer es diferente.
Desde su niñez, el hombre es tratado como un ser activo, independiente, rudo, fuerte, y la mujer es tratada con el privilegio de la pasividad, la dependencia, la dulzura, y la ternura.
Sin embargo, tanto el hombre como la mujer pueden aprender a conjugar sus roles. El hombre puede aprender a ser afectivo y la mujer puede aprender a ser erótica.
En la práctica clínica encontramos mujeres que son un ejemplo de amor y bondad, pero viven y comparten su vida con un hombre que sólo es deseo, excitación y orgasmo. Mujeres cuyo discurso es “no importa que no tengamos relaciones sexuales, nomás con que estemos juntos”. Hombres prófugos de los afectos y las caricias y mujeres prófugas del deseo sexual pleno que las transporte al mismo mundo de sus parejas.
Mientras las mujeres se siguen preguntando por el cambio de los hombres; los hombres se siguen preguntando por el cambio de las mujeres.