Por David Uriarte / 

La creencia es la alfombra por dónde van los pasos de la conducta humana. Ya lo decía el científico más importante del siglo XX Albert Einstein “Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio”. La construcción de creencias requiere tiempo y espacio, el tiempo generalmente es la niñez y el espacio los circuitos cerebrales.

La historia refleja las creencias de hombres y mujeres cuyo poder embarraba sus decisiones en la voluntad ajena, es decir, no había poder humano que le pudiera contradecir u opinar diferente, eran sus creencias una especie de ley suprema.

Más de tres millones de judíos fueron asesinados en los campos de exterminio, con gas y fusilamiento, todo por una mente que creía que así debían se las cosas; las torres gemelas en Estados Unidos fueron derribadas y con ello miles de inocentes murieron, todo por una mente cuya creencia le ordenó tal conducta asesina.

La lista de mentes asesinas o políticos con creencias aberrantes es larga, en México las creencias de los Presidentes se convierten en órdenes que no se discuten; se cumplen. Al presidente Juárez se le ocurrió separar la Iglesia del Estado, a Lázaro Cárdenas la expropiación petrolera, a Díaz Ordaz la matanza de Tlatelolco; a Salinas el TLC, a Calderón la Guerra contra el narco, a Peña Nieto el monumento a la corrupción, y a López Obrador la austeridad republicana entre otras cosas.

Las creencias que matan la esperanza, el crecimiento económico, el desarrollo social y la desigualdad, deben ser analizadas sin prisas, sobresaltos o pasiones… por ejemplo, la esperanza del pobre y la esperanza del rico son distintas, el crecimiento económico de un país no siempre es la suma del crecimiento económico de su gente. El desarrollo social de la elite burguesa es diferente al desarrollo social de los cinturones de pobreza, y la desigualdad que busca un equilibrio a la baja, es decir, la creencia de que es mejor que todos sean pobres, mata cualquier pronóstico de competitividad mundial.

Al escuchar las creencias de López Obrador lo que se escucha es la sentencia de un pueblo que escribe su destino con rumbo a la igualdad de la pobreza en todo sentido.