Por David Uriarte /

Hay eventos en la vida que no se olvidan con el tiempo a pesar de tener el cobijo del poder económico o político; la libertad de asomar la cara ante cualquier tema relativo a la responsabilidad asumida o pretensiones futuras, se reducen cuando la historia personal ocluye las cuerdas vocales.

Por eso, el futuro político de muchos servidores públicos se obscurece a pesar de ser brillantes en su desempeño técnico, la historia personal cuenta o describe el verdadero yo, aunque nadie o pocos la conozcan. La vergüenza se deriva de la conciencia de saber utilizar dinero o poder como vía de influencia para lograr un objetivo personal que pudo haber abochornado a otra persona.

La conducta impropia de algunos servidores públicos va más allá del peculado, en la complicidad hay cuidado mutuo de los actores, en el uso del poder para satisfactores íntimos cuyo significado es asimétrico, hay injusticia.

La historia alcanza y atropella aspiraciones políticas cuando las conductas impropias quedaron registradas o dejaron huella en las emociones de las o los afectados… las olas del recuerdo sacan del fondo del olvido aquellos hechos enterrados y los exhiben en la playa de la percepción social.

La mirada franca se pierde cuando se arrastran en la conciencia los estragos del ejercicio del poder como instrumento de beneficio personal, lesionando la integridad ajena. Estos políticos no sostienen la mirada, se sumergen en el discurso engatusador con el que han encantado a sus víctimas.

La maestría para evadir el juicio social, no funciona cuando gran parte de la población, especialmente la clase política, conoce las motivaciones que dieron origen a la conducta del secreto a voces.

Las conductas políticamente impropias, incluso aquellas que configuran delito que se persigue por querella, no emanan propiamente del poder o del dinero, emanan de un vacío existencial, de las carencias del desarrollo emocional, de un sentimiento de abandono que se convierte en narcisismo provocador, agresivo y violento con el objeto de satisfacción.

También hay que decirlo, las conductas impropias no son exclusivas de los políticos, son propias de los humanos con una prevalencia mayor en los hombres cuando de conductas que atentan contra la vida y la libertad sexual se trata.

Una cosa es el cargo político y otra la necesidad de satisfacer los deseos sin respetar la voluntad ajena.