Por David Uriarte /
Las autoridades policíacas locales se muestran muy bravos con algunos ciudadanos, pero sumamente mansitos o sumisos con otros ¿Cuál es la diferencia? La diferencia es que los primeros son ciudadanos inermes, víctimas de la amenaza de privarlos de la libertad por algún pretexto, o en el mejor de los casos, aplicarles alguna sanción que les hará invertir tiempo y dinero en trámites burocráticos, de ahí se desprende la extorsión velada e inducida por parte de los elementos policiacos.
Cuando el detenido, si es que se detiene, muestra la fuerza de las armas de alto calibre, vehículos, la arrogancia del dinero, las armas y el poder, entonces, el saludo de mano o la reverencia al poder es evidente, la sumisión de la autoridad es evidente, estar a sus órdenes es lo mínimo que expresan, tanto en el lenguaje verbal como en el no verbal, el miedo y la avaricia los convierte en empleados domésticos, su amo o patrón no infringe la ley.
Aplicar la ley y su reglamento en ciudadanos cuya precariedad es evidente, es la fotografía diaria, con esa actitud brava, con ese garbo que hace honor al uniforme, les rezan de memoria los artículos violados y las infracciones derivadas, muy bravos, muy en su papel ante la inocencia económica de estas personas.
Hacer lo mismo ante verdaderas infracciones y violaciones de la ley es imposible si la persona conduce un vehículo de alta gama, no importa si no trae placas, o tiene reporte de robo, lo que importa es mostrar una actitud simpática, empática, ponerse a la orden, y si se puede, recibir la bendición que corresponde, siempre con una postura mansita, sin retar al jefe o al empleado del jefe.
Las detenciones a los ciudadanos comunes, se dan bajo un protocolo de seguridad para los elementos policiacos, falta de respeto y violación a los derechos humanos fundamentales, trato denigrante, ofensivo, e incriminación, es lo menos que recibe el ciudadano por la bravura de los agentes de la ley y el orden.
Si se trata de cumplir la orden y detener a un verdadero jefe, las cosas cambian, el trato es amable, las disculpas se resbalan en silencio, la mirada es complaciente, el cuidado físico es lo primero, que no se lastime, asegurarle sus pertenencias, darle las facilidades posibles, una actitud de amabilidad de primer mundo, eso hace el miedo, el interés y la complicidad.
Bravos con unos y mansitos con otros; ya saben quiénes.