Por David Uriarte /

Una ciudad de un millón de habitantes donde la violencia acaba con mil personas, al margen de que sean o no delincuentes, y desaparecen otros mil en un espacio de seis meses, el porcentaje de muertes por violencia es de 0.1%, parece estadísticamente insignificante, pero si le preguntamos a los familiares de los fallecidos, dirán otra cosa, la percepción del que saca la cuenta es distinta de lo que sienten los familiares de los fallecidos.

Si la violencia les quita la vida a seis personas diarias, en seis meses habrán muerto poco más de mil personas, sin contar los desaparecidos, son mil familias multiplicadas por cinco integrantes en promedio, son cinco mil personas afectadas directamente por la violencia, y casi un millón de personas afectadas psicológicamente por la ola de violencia con una cuota de sangre de este tamaño.

Es cierto que, por mil fallecidos a manos de la delincuencia, no todos los habitantes de la ciudad están en duelo o de luto, pero sí una buena parte con afectaciones psicoemocionales, imaginemos de manera hipotética que el diez por ciento de una ciudad de un millón de habitantes sufre alteraciones emocionales derivadas de la crisis de inseguridad, esto significa cien mil personas entre niños, adolescente, jóvenes, adultos, y ancianos.

Desde la ansiedad, la depresión como tal, o alteraciones del sueño como el insomnio, irritabilidad, labilidad emocional, y lo más grave; estrés postraumático.

El estrés postraumático es una condición mental derivada de experiencias precisamente traumáticas como presenciar el asesinato de una persona de compañía, o a poca distancia, recibir impactos de bala que no causaron la muerte, pero lesionaron el cuerpo y la mente, haber estado en el fuego cruzado y presenciar la baja de compañeros como en el caso de las fuerzas armadas.

El estrés postraumático dimensiona el tamaño del significado de la pérdida, ya sea la muerte de alguien cuyo vínculo afectivo representa cercanía, seguridad, protección, familia, amistad, o simplemente solidaridad social con los caídos y sus familias.

A veces el diagnóstico no se establece porque sólo hay datos aislados como el miedo, el susto, los pensamientos intrusivos de la pérdida, o las imágenes que no los dejan dormir porque son recuerdos vividos de una muerte violenta que los atormenta.

Los daños psicoemocionales de una población inmersa en la violencia, requieren atención.