Por David Uriarte /

“Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”, esta frase se puede leer en la Biblia, en el Nuevo Testamento, sin embargo, la idea no es profundizar en el marco teológico, mucho menos caer en empirismos, dogmatismos, o sesgos religiosos, la idea es recordar la conjunción de la vida como obra poco entendida, y las normas de convivencia social en un mundo cada vez más complicado o avanzado según se vea.

Si el concepto de César tiene que ver con lo eminentemente terrenal, a la hora de dormir los humanos hacen un resumen de su día en términos de emociones, lo que hicieron o dejaron de hacer, lo que les pasó en el día, termina por generar una sensación de bienestar o de malestar; les fue bien o les fue mal.

La vida, vista en términos de tiempo, puede disfrutarse o padecerse un segundo o cien años, aquellos que fallecieron justamente al nacer o incluso en la etapa prenatal, no alcanzaron a crear conciencia, simplemente fueron fecundados, construidos, y murieron; aquellos que coronaron con su vida y conciencia a los cien años de vida, pueden dar testimonio de las maravillas disfrutadas o los infiernos padecidos.

Todos al final del día terminan con sensaciones subjetivas, con emociones y motivaciones cuya medida sigue siendo subjetiva, aquí es donde el César experimenta sensaciones y percepciones donde lo inexplicable toca lo divino por decirlo de alguna manera, donde lo terrenal deja de tener sentido para convertirse en lo que la psicología llama el sentido de vida, la motivación de todos los esfuerzos y sacrificios humanos, el famoso ¡Para qué¡ Para qué buscar pareja, para qué tener hijos, para qué trabajar, para qué acumular, para qué construir una familia, decenas o cientos de: para qué.

El milagro de la vida es una cosa y la religiosidad es otra, no entender en qué momento se construye una nueva vida o como se origina la chispa que enciende la vida, más allá de la biología, es tarea interminable para muchas personas.

Quitarle al César lo que es de Dios, es convertirlo en un robot; quitarles a los humanos la divinidad de las emociones y los sentimientos, es convertirlos en objetos, es desposeerlos de la subjetividad humana, es dejarlos como un César de tierra, de plomo o de oro, cuando se ve la desgracia humana, no se puede separar el sufrimiento como muestra de la divinidad de la vida, por eso; al César lo que es de Dios.