Por David Uriarte /
Lo público, lo privado y lo secreto, se conjugaron para dar lugar al escándalo mundial, tocando fibras religiosas, morales y espirituales de millones de seguidores de lideres de la talla del Dalái Lama.
A finales de febrero se dio a conocer un video donde se muestra de manera explícita el acercamiento corporal de un niño con el líder espiritual tibetano, dicho acercamiento culmina con un beso en la boca del niño y la petición explicita del Dalái, – “Chúpame la lengua”.
El representante de la divinidad en la tierra para los tibetanos tiene fama de ser un hombre extraordinario, mesurado, relajado, prudente, justo, respetuoso, tranquilo, accesible, incluso ha participado en estudios y experimentos científicos de neurociencia. Richard Davidson, profesor de psicología y psiquiatría en la Universidad de Wisconsin-Madison, participó en diversos estudios que documentó el famoso Psicólogo Daniel Goleman conocido mundialmente por su teoría de la inteligencia emocional, parte de estos experimentos los publicó Goleman en su libro Emociones Destructivas, un best seller que se convirtió en la ‘biblia’ para los estudiosos de la conducta humana.
El prefacio del libro de Daniel Goleman lo hace precisamente el décimo cuarto Dalái Lama, amigo y confidente del Richard Davidson, neurocientífico que ha escrito nueve libros relacionados con la conducta y el cerebro.
El Dalái Lama inicia diciendo, -La mayor parte del sufrimiento humano se deriva de las emociones destructivas como el odio, que alienta la violencia; o el deseo, que promueve la adicción. Una de nuestras principales responsabilidades en cuanto personas compasivas es la de reducir el coste humano del descontrol emocional, algo que, en mi opinión, atañe muy directamente a lo que el budismo y la ciencia tienen que decirnos-.
La fama mundial de este personaje tibetano es innegable, para muchas personas, su máxima aspiración es conocerlo, saludarlo y tomarse una foto con él. Después de esta conducta atípica del Dalái Lama, muchos lo pensarían dos veces antes de permitir que sus hijos se le acercaran en privado.
No se trata de moralizar el tema, se trata de recordar que, ante todo, el humano es producto de su biología, podrá reprimir sus impulsos, pero en algún momento se le puede escapar su verdadero yo.
A veces la represión representa para muchos, una vida cercana a la divinidad.