Por David Uriarte /
El cumplimiento de las expectativas en cualquier condición o circunstancia genera beneplácito, bienestar, incluso euforia; el incumplimiento, produce frustración, enojo, coraje, malestar, o decepción.
Lo que induce la conducta de cualquier persona es la creencia, lo demás puede ser manipulación, presión, interés, o negociación. Los que creyeron y votaron en el proceso electoral federal para elegir Presidente de la República, o en el proceso electoral local del año pasado en Sinaloa para elegir Gobernador, diputados locales y presidentes municipales, pueden estar arrepentidos o pueden estar contentos.
La diversidad mantiene expectativas políticas distintas, mientras unos pueden estar “endiosados” con su decisión, otros pueden estar “endiablados” o arrepentidos con lo que hicieron.
El cumplimiento de las expectativas es el combustible de la motivación y el aplauso, el no cumplimiento produce malestar o animadversión del votante.
Es posible que exista un efecto dominó, un efecto donde todos vuelvan a votar por todo lo que diga o signifique MORENA, como sucedió en las elecciones federales y locales.
También es posible, que exista el famoso voto razonado donde el votante discrimina o escudriña entre los candidatos y los partidos en búsqueda de la mejor opción.
En promedio, treinta millones de electores llevaron a la presidencia a López Obrador, y quinientos mil electores hicieron gobernador al doctor Rocha Moya, en estos momentos los treinta millones ¿Volverían a votar igual? y los quinientos mil en Sinaloa ¿Harían lo mismo? Si la respuesta es “sí”, en cualquiera de los dos casos, eso sería la ratificación de la confianza, la construcción o promoción de un pensamiento triunfador.
Si la respuesta es “no”, entonces estamos hablando de una nueva composición del escenario político nacional y local, visto desde el bolsillo de la pobreza, las elecciones del 24 están seguras para MORENA, visto desde el bolsillo de la clase media o de los ricos, todo puede pasar.
El trabajo del poder legislativo y el poder judicial parece no impactar tanto en la clase baja a la hora de votar; jueces, magistrados o diputados, poco influyen en los resultados electorales, pero el trabajo del poder ejecutivo, el hecho de dispersar dinero a poco más del cincuenta por ciento de las familias mexicanas, convierte al Presidente en una figura relevante, paternal y protectora.
Los programas sociales podrían ser el imán y la pobreza el metal, por eso a los mejor vuelven a votar igual.