Por David Uriarte /
La mejor manera de no levantarse y no ir a clases, es decir: “me duele la garganta, y me siento acalenturado”, esto es garantía para quedarse en cama y esperar paciente la evolución, en promedio, cinco días.
Las prisas por depositar a los hijos en las escuelas o en las guarderías, reviven la rutina adormecida por dos años, después de algunos intentos fallidos por regresar a la “normalidad” escolar… Todo indica que a partir de este 31 de enero las aulas deberán estar llenas de alumnos y los pizarrones en manos de los profesores.
Hay una mezcla de intereses desalineados en el tema del regreso a clases, los maestros temerosos al contagio o a la reinfección; los padres de familia ansiosos por desconocer el comportamiento de la pandemia con sus hijos en la escuela; los alumnos divididos, unos queriendo escapar de la cárcel cotidiana cuya respiración social son las redes sociales, otros queriéndose quedar en la comodidad de una disciplina laxa que les permite vivir de noche y dormir de día; los sindicatos de maestros tratando de ser un escudo protector entre los designios del que paga y la vulnerabilidad construida por el miedo que pocos creen; el gobierno estatal presionado por el gobierno federal.
Es el eslabón que intenta cerrar el ciclo pernicioso de un sistema educativo venido a menos, una calidad de la enseñanza cuestionada, y un proceso de aprendizaje cuya pobreza será la carta de presentación de las nuevas generaciones de egresados, claro, con sus honrosas excepciones.
Niños de preescolar a punto de ingresar a la primaria sin bases para ello; alumnos de primaria incursionando en la secundaria carentes de bases académicas suficientes; estudiantes a punto de concluir su bachillerato en la comodidad de su cama y victimas del sueño matutino como parte del ciclo invertido por los desvelos del uso de las redes sociales o los juegos en línea; no se diga de los estudiantes universitarios que prácticamente van a la mitad de su carrera sin conocer físicamente las aulas o sus compañeros de profesión.
En fin, un sistema educativo cuyos subsistemas no terminan de acoplarse y no se ve para cuando.
Así serán los profesionistas del presente.