Por David Uriarte /
La evolución es el destino, no puede haber avance de ningún tipo si las cosas no evolucionan y la política no es la excepción. Acostumbrados a lo mismo, a un presidencialismo mítico, a una versión ambivalente… por un lado, la riqueza y por otro la pobreza, cerca de los Estados Unidos y lejos de los dólares, en fin, todo un estilo de gobierno que sembró su propia plaga de desprestigio capitalizada por la oposición convertida hoy en el nuevo régimen político en México.
La nueva versión del presidencialismo también es ambivalente, por un lado, los pobres y por otro la cofradía salvadora bien articulada, en una hermandad impermeable a los extraños, en una democracia selectiva, planeada por más de veinte años.
La solidaridad del nuevo régimen con los pobres es la rentabilidad política más alta que se registra en la historia reciente en México, la ecuación se invirtió, mientras otras administraciones utilizaban a los pobres como gobernados, la nueva administración los utiliza como asociados, algo parecido a lo que hizo uno de los hombres más ricos del mundo, Samuel Moore Walton -empresario y militar estadounidense-, conocido por haber fundado la mayor cadena de tiendas minoristas del mundo Wal-Mart, llamándoles asociados a los que hacían el negocio aunque las ganancias eran en gran medida para él.
Nunca como hoy los pobres son la insignia de la patria, el gobierno se ha metido a las dos partes más importantes del ser humano; su cuerpo y su mente.
El cuerpo recibe beneficios derivados de los apoyos y programas sociales en tanto la mente se nutre del elixir de la esperanza que promueve la idea de un hombre que les da seguridad y protección, cosas indispensables para los desprotegidos que de alguna manera los convierte en “aspiracionistas” y potencialmente candidatos a migrar a la clase media, cosa que pone en riesgo su logro y el triunfo del presidente.
En su mensaje por el tercer aniversario de su triunfo, el presidente López Obrador hizo un recuento de lo mismo en un escenario limitado por la contingencia sanitaria, pero con los mismos aplausos del presidencialismo pasado.